“AMLO se escapa a jugar béisbol” informaban varios diarios hace unos días; la noticia se acompañaba de un video del tabasqueño “picándose” por seguir bateando. Una ola de comunicados explicaba que el futuro presidente tiene el propósito de reactivar la práctica del béisbol en todo el país con campañas de promoción, escuelitas e incluso trayendo juegos de las Ligas Mayores a los diamantes nacionales. Pero no es nada nuevo que AMLO sea aficionado al “rey de los deportes”; lo ha practicado (incluso, cuando tiene tiempo, acude a la Liga Tranviaria a jugar unas entradas) y, al ser de tierra beisbolera, lleva en la sangre -como hemos visto- el espíritu del juego: paciencia, táctica y perseverancia.

Si bien fuera de la capital es más común que el béisbol ocupe las pláticas de café los lunes, en las calles de la ciudad también se habla de cuadrangulares y atrapadas imposibles; y no es necesario aguardar el impulso de la cuarta transformación para disfrutar por completo del juego de pelota. Basta con acudir a un partido al estadio Fray Nano para deleitarse del arraigo que posee y de la nostalgia que produce en los aficionados de los Diablos Rojos del México.

Las sedes del beisbol en la ciudad 

Fray Nano

Estadio de beisbol del Seguro Social

En la Ciudad de México el béisbol se ha gozado vivamente; al principio en el antiguo Parque Delta, en la Narvarte, para después dar paso, partir de 1955, al majestuoso Parque del Seguro Social. En sus gradas se instituyeron las leyendas y educaron a los aficionados por décadas. Aún se escuchan los ecos de la columna del gran Tommy Morales contando las hazañas que evadían el crecimiento feroz y el ritmo estridente de la ciudad. Aquel recinto dio lugar a un imaginario colectivo que perdura y cruza generaciones de peloteros y aficionados que vivimos encuentros gloriosos de la guerra civil entre los Diablos y los Tigres (antes capitalinos, ahora de Yucatán).

El Parque del Seguro Social es recordado como un templo para los jugadores y una meta para los niños que jugaban en las ligas infantiles de la ciudad como son la Petrolera, la Olmeca o la Maya. Pero llegó gentrificación y la obsesión por las de plazas comerciales que condujeron a la demolición del estadio. Donde ahora hay tiendas de ropa rápida antes era la primera base y el home es hoy un foodsquare insípido. Cinco pisos de luces de neón que intentan opacar la memoria, pero el juego de pelota, como escribe William Carlos Williams, es eterno, y la afición admirable. Con el desplome de las gradas comenzó un pequeño calvario para los Diablos, que con más de setenta años de existencia encontraron refugio y años olvidables en el Foro Sol (luego Infierno Solar) a partir del 2000. Ahí, aunque ganaron campeonatos, la disposición y el ambiente hacían homenaje a sus nombres; y disfrutar un partido era más bien una tortura incandescente y distante. No fue hasta que por “cambios” administrativos en 2014 de la ciudad, los Diablos se mudaron a su actual domicilio, el estadio Fray Nano, en la Jardín Balbuena, para revivir la antigua magia.

El Fray Nano 

El Fray Nano es pequeño, caben apenas 5000 personas, pero tiene una gracia desbordante y una emotividad que sobrepasa con creces la producida por las miles de butacas vacías en su anterior morada. Al estar a unos kilómetros del aeropuerto, lo primero que salta a la vista son esas postales inverosímiles de aviones cruzando el diamante apenas a unos ciento metros arriba y que por momentos lucen a punto de caer. Al mezclarse con los atardeceres, se juega entresemana a partir de las siete, da la sensación perfecta de que tiempo se ralentiza y predispone lo esencial para el juego.

Fray Nano

Las mascotas (Rocco y Roccy)

El béisbol es de rituales dentro y fuera del terreno; de repeticiones que se vuelven tradiciones, como marcar los errores o repetir lugares y los horarios de llegada. Mucho más que en los estadios de otros deportes, los de béisbol son pequeños hogares a los que los aficionados “duros” van tres días seguidos -sí la lluvia, el enemigo natural, lo permite. Es una comunidad de nombres comunes, que ríe con los detalles. Los infantes recolectan los dulces que lanzan las mascotas (Rocco y Roccy) y la gente mayor cavila a la espera de que en el siguiente turno al bate se repita alguna anécdota añorada.  Se aguarda en estruendo, gritos y baile por un instante memorable que lo más probable es que no suceda. El sobresalto de agrado que nunca tuvo el Foro Sol, late como parecía no lo haría de nuevo en el juego en el Fray Nano. El aura de la grada pegada al diamante, que se escuche el contacto del bate con la pelota, el canto de los strikes que detona a las matracas y el bullicio ante el imparable envuelven al instante construyendo un efecto de placentera esquizofrenia pausada.

La comida en Fray Nano

Fray Nano

Foto de Diego Berruecos

En menos de tres años ir a ver los Diablos se ha consolidado como una opción de esparcimiento. La sensación de los gritos, los aromas y el chiquitibum evoca los mejores momentos del Coloso de la colonia Narvarte; es como si ahora todo fuera a escala, menos las emociones y el regocijo. Si el béisbol apela a la nostalgia, el Fray Nano hace gala de ello; el pasto natural, las gradas dispuestas con eficacia, los legendarios tacos de cochinita -que merecen un escrito propio, los huevos cocidos, las micheladas, los cueritos y todo el ritual alimenticio del que es imposible escapar son pequeñas estampas de un tiempo inmutable.

Fray Nano

Foto de @Diego Berruecos

El béisbol es el único deporte donde el que defiende tiene la pelota y donde los tiempos  muertos son la norma, sus 18 minutos activos de las tres horas promedio por partido promedio lo vuelven la contemplación de la incertidumbre. Por ello para sostener el vacío es necesario que las pulsaciones arriben del graderío, y el Fray Nano se vuelve un sitio cumplidor. Los parroquianos no dejan de alentar con aplausos, canticos y cabriola que son enmudecidos por una musicalización precisa.

El playlist 

Fray Nano

Estadio Fray Nano. Foto de Diego Berruecos ©

El playlist es incansable y afanoso; pasa del reggaetón al metal y después a luismi como una curva directa al guante. El dj no menosprecia el corte abrupto sin fade para que retruene el “Vamos, Diablos” y encuadra el tradicional órgano para desesperar a la coherencia, mientras la pantalla pide el “bullicio” para apoyar a los locales y que como una creciente se vuelve una madeja de escándalo que levanta de su asiento al más frío. Para lograrlo el estadio presenta habitualmente una buena entrada, y más ahora que el equipo marcha bien. La gente va perfectamente ataviada con la marca de los Diablos. Ya sea el tradicional jersey o la chamarra beisbolera hasta la gorra negra con una M con cola de diablo o los cuernitos diabólicos, la pasarela diabólica es un deleite.

Por si no bastara la fiesta que se monta dentro del inmueble, algunos viernes de juego, la administración de los Diablos no se quiere ir a dormir pronto y al terminar la novena un grupo versátil en vivo organiza una fiesta popular en la explanada. Bajo la noche y con el estadio de fondo y el aroma a brasa y a campo húmedo extendiéndose, la muchedumbre baila al ritmo de cumbia y salas hasta que ya solo queda irse.

Afortunadamente el partido que nos tocó resultó ser un juegazo contra un rival difícil como los Pericos de Puebla: errores, dobles, tripes, cuadrangular y lluvia. Un partido digno de playoffs que comienzan la próxima semana y en la que los decibeles aumentan su potencia. Como es probable que los Diablos pasen, aún están a tiempo de ir a disfrutar de alguna gran tarde. Acudir al Fray Nano no es solo apoyar al equipo de nuestra ciudad, es una celebración de un bello deporte. Quedan, aparentemente, pocos meses para que la nueva casa de los Diablos se concluya; estará de nueva cuenta en el Foro Sol, en la curva 1, pero está vez tendremos un estadio dedicado a la pelota caliente y esperamos que tenga la misma fortuna y esplendo que el Fray Nano.

Aquí la programación de los Diablos Rojos