¿Te imaginas que en la CDMX los cielos azules y ver siempre los volcanes fuera la norma, no la excepción? Las cifras del 2024 pintan un panorama alarmante: según un reporte de la Secretaria de Medio Ambiente (SEDEMA), solo disfrutamos de 54 días con aire limpio y cielos despejados en todo el año. Esto significa que el 85% del tiempo vivimos bajo cielos grises y aire contaminado, con niveles preocupantes de ozono y partículas PM10 y PM2.5. La calidad del aire no solo afecta nuestra percepción de la ciudad, sino también nuestra salud, nuestro ánimo y, a largo plazo, el futuro de quienes habitamos aquí.
La Ciudad de México, enclavada en un valle rodeado de montañas y volcanes, tiene un contexto geográfico que complica la dispersión de contaminantes. Esto, combinado con la densidad poblacional, la enorme cantidad de vehículos y la actividad industrial, ha convertido al Valle de México en uno de los lugares más contaminados del continente.
Las partículas PM10 y PM2.5, principales responsables de la contaminación del aire, son especialmente peligrosas. Mientras las PM10 afectan el sistema respiratorio superior, las PM2.5—más pequeñas y dañinas—pueden ingresar al torrente sanguíneo y generar problemas cardiovasculares, cáncer de pulmón e incluso afectar al sistema nervioso.
El ozono, otro enemigo silencioso, se forma cuando los óxidos de nitrógeno (emitidos por los automóviles y fábricas) reaccionan con compuestos orgánicos volátiles bajo la luz solar. Irónicamente, los días soleados en la capital son los más propensos a altos niveles de ozono, lo que puede causar irritación en los ojos y pulmones, además de agravar enfermedades respiratorias preexistentes.
¿Qué significan 311 días de contaminación?
El impacto es tangible. Los niveles altos de contaminantes están directamente relacionados con un incremento en las enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), respirar aire contaminado contribuye a más de 7 millones de muertes prematuras al año en el mundo.
En la CDMX, los efectos se reflejan en el aumento de consultas médicas por alergias, asma y bronquitis, especialmente en niños y adultos mayores. Además, vivir constantemente bajo cielos grises tiene un impacto psicológico significativo. La ausencia de luz natural y el predominio de un ambiente opaco pueden incrementar los niveles de estrés y ansiedad en la población.
¿Qué estamos haciendo y qué más podemos hacer?
Aunque la ciudad ha implementado medidas como el programa Hoy No Circula, la expansión del transporte público eléctrico y la promoción de techos verdes, estas acciones han sido insuficientes para revertir la tendencia. En 2024, la CDMX enfrentó contingencias ambientales al menos una vez al mes, un recordatorio mensual de que estamos lejos de alcanzar una solución sostenible.
Algunas iniciativas ciudadanas buscan generar conciencia y acción colectiva. Organizaciones como @vivesinbasura promueven el uso de transportes alternativos, la reducción del consumo de plásticos y la plantación de árboles para mitigar el impacto ambiental. Además, movimientos como el de techos solares y la reducción de residuos sólidos están ganando tracción entre las generaciones más jóvenes.
Sin embargo, el cambio estructural que necesitamos va más allá de las acciones individuales. Requiere políticas públicas más estrictas, como el endurecimiento de los límites de emisiones para vehículos e industrias, una mejora integral del transporte público y un enfoque en la movilidad no motorizada.
¿Cómo sería una CDMX con cielos azules?
Imaginemos por un momento una ciudad donde los volcanes son visibles casi todos los días, los atardeceres pintan el cielo de tonos anaranjados y rosados, y podemos respirar profundamente sin temor a inhalar partículas dañinas. Este escenario no es utópico, pero sí requiere un esfuerzo conjunto y sostenido para volverse realidad.
La CDMX nos necesita a todos: desde exigir políticas ambientales más ambiciosas hasta tomar decisiones conscientes en nuestro día a día. Empecemos por reducir el uso del automóvil, optar por energías limpias y apoyar iniciativas locales que trabajen por el medio ambiente. Porque, aunque el cambio es complejo, la recompensa será inmensa: volver a ver con claridad los volcanes, disfrutar de tardes despejadas y normalizar lo extraordinario.