Los ríos podrían estar entre nuestras metáforas existenciales más nutridas: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río”, escribió Borges. Y es evidente que los seres humanos compartimos una atracción natural hacia el agua, como decía Melville en Moby Dick: “Todos los caminos del hombre dan al agua, y la razón por la que nadie puede resistirse a su cauce es la misma por la que Narciso se ahogó en su propio rostro: porque en el agua se dibuja el inaprensible fantasma de la vida”. En la Ciudad de México nuestros ríos son fantasmas porque han sido entubados. Pero aunque ninguno de los que estamos vivos los vio alguna vez, ahí están, fluyendo a nuestro lado o debajo de los autos que toman Viaducto Río de la Piedad o Río Churubusco.

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Desde que entubaron los ríos, la escenografía en la que se desarrolla el drama de la capital se ha transformado casi absolutamente –pero siempre puede volverse a transformar; esa es la premisa de proyectos como el Ecoducto del Viaducto, de Taller 13Cuatro al Cubo, que busca que la ciudad regrese a vivir con sus ríos.

“Cuando llegaron los españoles en 1519, el paisaje era una ciudad viviendo en y del agua”, comenta Aleida Rueda en el programa La ciudad de los ríos ocultos. Corrían los ríos entre las casas, que aunque cueste demasiado imaginar, es suficiente para buscar un regreso. A partir de la conquista de Tenochtitlán todo cambió. Los españoles decidieron levantar una nueva ciudad ahí, una muy a su manera: sobre piedras y con caminos. Se cortó en dos el albarradón (una estructura de piedra que servía para separar el agua dulces de la salada y prevenir inundaciones) y se rellenaron los canales para construir casas. “Se ignoró que la ciudad estaba sentada sobre un lago y comenzó el proceso de urbanización. Se olvidó casi por completo que el transporte, la vivienda, los alimentos y la visión del mundo dependía del agua,” señala Rueda. 

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Luego vino el régimen de Porfirio Díaz comenzó la política hidráulica: la que se propuso la construcción de un canal que (se supone) sería un símbolo de progreso -como todo lo que pretendía Díaz–que ayudaría a expulsar el agua de la ciudad. La mentalidad de los hacendados también cambió. Se le puso precio a la tierra y entre más espacio tuvieran, mejor. “Lo importante”, dice Aleida, “era ganarle tierra al agua, ignorando el sistema de agricultura de las chinampas que se había usado por años y que hermanaba la convivencia de la tierra y el agua, a diferencia de lo que los nuevos pobladores intentaban hacer”. 

Aunque el canal resolvió problemas por un corto periodo, los problemas de salubridad seguían en aumento. La gente usaba los ríos como desechos públicos y sanitarios. “Deja que el río se lo lleve”, gritaba la gente. Además la mancha urbana comenzaba a comerse a la ciudad generando sobrepoblación y falta de servicios básicos públicos. “Esta ciudad”, escribió Ibargüengoitia, “es como la metáfora del bebé que creció y creció hasta que degeneró en una adorable monstruosidad”.

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El mal uso de los ríos, la contaminación y el mal olor fueron unos de los motivos para que se viera como un foco de infección y allí empezó la política de entubamiento de los principales ríos de la Ciudad de México. Aleida Rueda resume: 

“De 1937 a 1975 se entubaron decenas de ríos y canales, como Mixcoac y Becerra; el Canal de la Viga se cerró y vaciaron kilómetros de agua del Río Piedad, Magdalena, Tacuba, San Angel. La ciudad pasó de ser una ciudad autosuficiente de agua a no saber cómo manejar sus ríos, sus lagos, a querer esconderlos”. Y el entubamiento llegó al punto de cambiar el clima de la ciudad; la falta de vegetación acumuló un calor difícil de soportar, un calor de cemento y polvo. De haber conservado estas fuentes muy probablemente viviríamos un día a día más fresco, con menos hastíos producidos por el calor.

Hoy, debajo del asfalto corren 45 ríos y, aunque desaparecieron los principales problemas por los que el gobierno decidió entubarlos, hay un problema más grande: la contaminación de lo que podría ser una fuente (literalmente) de abastecimiento de agua. No estamos listos para tener un cuerpo de agua y cuidarlo. Pero eso también está considerado en el proyecto de Taller 13, dirigido por el arquitecto Elias Cattan.

El daño, dice Cattan, es reversible.

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“El proceso es y debe ser mayormente cultural, con un componente claramente técnico y otro biológico (tratamiento de agua). Pero sobre todo, el proceso debe ser de entendimiento; de establecer líneas de acción”. A esto agregó que “una ciudad no va a tener ningún lugar en un futuro si no está bien adaptada a su medio ambiente. Hay un costo muy grande al no hacerlo y aparte el hacerlo es más barato que entubar los ríos”.

El Ecoducto se construyó sobre el camellón que divide los sentidos del Viaducto Miguel Alemán y está diseñado para el tratamiento de 30 mil litros de agua residual del Río de la Piedad que se encuentra entubado. 

Los ríos están allí, debajo de las calles, entre nosotros, como fantasmas de una ciudad-paraíso que cambió de hábitos. Si nos están diciendo que el daño es hasta cierto punto reversible, no está demás enterarse de los proyectos que tienen esto en mente y apoyarlos.
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*Con información de La Ciudad de los Ríos Ocultos, elaborado por Aleida Rueda y transmitido por el Sistema de Radiodifusión Mexicana, hoy Canal 14*
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