En la ciudad hay cientos de fantasmas que uno no puede soltar. Cada colonia tiene su propia leyenda, o varias. En la Roma, por ejemplo, hay una que habita en la esquina de Insurgentes y Álvaro Obregón, exactamente en la misma esquina donde están los tacos del Gato Volador. Allí está la “casa negra” de la Roma, una antigua construcción porfiriana que, según cuentan los vendedores que la rodean, está infestada de fantasmas.

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Lleva tanto tiempo abandonada que todo el que la ha visto se pregunta qué es, qué hay adentro, por qué está pintada de negro. Es una suerte de castillo en ruinas, rayado, tapado por puestos ambulantes. Pero es una presencia enorme en la entrada de la colonia Roma. Como cualquier casa donde supuestamente asustan, la “casa negra” de Álvaro Obregón está abandonada y adentro hay basura y algunos colchones viejos que dan fe de que alguna vez alguien intentó vivir ahí.

El incendio de la casa negra

Entre 1934 y 1940, durante el gobierno del General Lázaro Cárdenas, la ciudad todavía padecía los últimos estragos de la Revolución, entre ellos enfermedades infecciosas como la tifoidea. A pesar de que en la primera mitad del siglo XX ya sabían que la tifoidea era una curable, la situación del país no permitía que todos los enfermos fueran tratados de la misma manera. A algunos  los enviaban a hospitales improvisados en donde también les brindaban atención médica. Uno de estos hospitales informales era esta casa negra que atendía las 24 horas.

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Esta era la vista de la casa negra en 2009, apenas con algunos puestos frente a ella.

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Para 1935 los casos de tifoidea incrementaron a tal grado que algunos grupos religiosos de la ciudad creyeron que, más que una epidemia, la enfermedad era reflejo de una posesión demoniaca colectiva. De hecho, escritores como Thomas Mann, en su novela Los Buddenbrook, compararon los síntomas de la fiebre tifoidea con los de alguien que alberga un demonio dentro de sí. De ahí que muchas personas, cultas o no, pensaran que la tifoidea era una venganza divina y por eso le prendieron fuego a la casa con enfermos y doctores todavía en su interior.

Un edificio inhabitable

La mañana después del incendio aparecieron cuerpos dentro y fuera de la casa. Algunos murieron por quemaduras y otros asfixiados por el humo. Las de esas personas son, según cuentan los que saben, las primeras almas que se apropiaron de la casa negra, que curiosamente no sufrió daños estructurales graves. Los dueños la repararon y la vendieron a un hombre acaudalado de apellido Mondragón, quien se mudó allí con su esposa y sus tres hijos.

Un mes después de mudarse, la familia Mondragón apareció muerta por causas desconocidas. Quienes han entrado dicen que son los niños Mondragón los que a menudo se aparecen en la casa que ahora es propiedad del gobierno.

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Hace unos años un grupo de okupas y algunos indigentes intentaron vivir en esa casa, pero sacaron sus cosas apenas alumbró el día siguiente pues dijeron que escucharon gritos y personas hablándoles al oído durante toda la noche. Hoy algunos de los vendedores informales de enfrente guardan sus cosas en la entrada (la puerta se puede abrir un poco para meter y sacar cosas) pues dicen que si se meten más empiezan a sentir unas manos invisibles que los empujan hacia afuera. De hecho, quienes tienen sus puestos más cerca de la puerta y las ventanas de la casa dicen que a partir de las 10 pm el frío se vuelve insoportable sin importar cuán calientes estén sus parrillas. No cabe duda de que, haya fantasmas o no, esa casa tiene la intensidad y las historias suficientes para predisponer a cualquiera. Para levantar un candado invisible que la proteja de habitantes. Es extraño que no la hayan tirado, pero lo celebramos. Es parte de nuestra fantasmagoria urbana.

 

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