Contra todo pronóstico, en Insurgentes Norte y a unas calles de Circuito, el parque San Simón o “la Ballenita” brilla por su afluencia infantil. Algo inesperado no sólo por su ubicación atropellada, sino porque al peatón lo recibe una ballena que se deja ver desaliñada y sola desde Insurgentes. Estamos ante una criatura de la misma especie de aquel pez azul y melancólico que vive en Eje 5 Sur, en alguno de los tantos Parques Bicentenario.
A esta orca, que en días mejores dio un sobrenombre al parque, la acompañan un par de delfines igual de imperfectos (y bellos). Basta caminar hasta donde topa el parque para encontrar, seguramente, a por lo menos una docena de niños con bigotes de refresco, felices y retozando. Se sabe que hay días de verano que el agua vuelve a salir como fuentes de los espiráculos de estos animales urbanos, y el agua corre y los niños llegan.
No hay mucho que uno pueda hacer por esta keiko anacrónica y cansada. Si acaso cavilar un poco frente a ella y, como Watanabe en su metáfora de la ballena y nuestra propia soledad, “aprender que los animales de piel resbalosa quedan, finalmente, solos”.