En tiempos prehispánicos, Iztapalapa era considerado uno de los pueblos más devotos al señorío Azteca. Entre sus pobladores —que debieron ser entre 12 y 15 mil, según las crónicas de Bernal Díaz del Castillo— estaban algunos de los guerreros más bravos de todo el imperio. Tanto así que la impresionante ciudad formaba parte de las líneas de defensa del Valle de Anáhuac.

Estatua de Tlaloc en el Museo del Fuego Nuevo. Foto: Diego Cera

Iztapallapan era una de las localidades más grandes y también de las más vistosas. En las laderas del cerro de Huizachtepetl —hoy Cerro de la Estrella—, los habitantes construyeron casas y palacios de cantera bellamente labrada, además de huertos y jardines que sólo se comparaban con los de los emperadores aztecas. El agua para regar estos espacios venía de manantiales y de los ríos que desembocaban en el lago de Texcoco.

La Ceremonia del Fuego Nuevo

En el barrio estaba depositada la seguridad de todo el pueblo mexica, tanto física como espiritual, pues desde allí se orquestaba la renovación del mundo. Cada 52 años, durante la Ceremonia del Fuego Nuevo, todos los habitantes de Tenochtitlan destruían sus utensilios, imágenes y objetos de culto. Así representaban el reinicio del universo equilibrado y el pacto con los dioses que le dan vida al mundo. Así demostraban su fe y esperanza depositada en cada ciclo.

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Iztapalapa. Relaciones Geográficas del siglo XVI. Foto: UNAM

Otra de las razones que le dieron importancia a Iztapallapan es que allí era el hogar de los tlacuilos, los escribas y sabios del señorío mexica. Desde Iztapalapa salían los códices donde retrataban su historia. De hecho, los preciosos murales que todavía permanecen en el exconvento de Culhuacán fueron pintados por los últimos tlacuilos del imperio.

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Iztapalapa. Mapa de Santa Cruz 1550. Foto: UNAM

Conquista y colonización de Iztapalapa

Cortés y sus hombres entraron a Tenochtitlán por Iztapalapa y quedaron tan maravillados con la ciudad que Bernal Díaz del Castillo la describió como una ciudad asentada en tierra firme y sobre chinampas en el lago. Esto nos da una idea de lo grande que era Iztapallapan. De hecho, para observarla en todo su esplendor, tuvieron que escalar hasta la cima del Cerro de la Estrella, que para noviembre de 1519 era uno de los muchos islotes que rodeaban la gran capital mexica.

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La pirámide del Cerro de la Estrella antes de su rescate Foto: Iztapalapa – Ciudad de México

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Foto: Iztapalapa – Ciudad de México

Un año después de su intento fallido de tomar Tenochtitlán en 1520, Cortés regresó al Valle de México que acababa de ser azotado por una epidemia de viruela. Evidentemente, tanto la población como las defensas de la gran ciudad mexica estaba diezmadas y quienes quedaban en pie estaban débiles. El ejército Español aprovechó esto y avanzó con su segundo intento de conquista.

 

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Foto: Iztapalapa – Ciudad de México

Entre el 10 de mayo y el 13 de agosto de 1521 los españoles arrasaron con todo el Valle de México. Quizá la clave de su éxito estuvo en comenzar destruyendo las ciudades y aldeas que rodeaban Tenochtitlán. Por su importancia estratégica y de defensa, Iztapallapan fue uno de los primeros poblados en caer. Para poder sitiarla, fue necesario que llegaran soldados por todos los flancos, incluso por agua. Los bergantines que Cortés utilizó para hacerse de Lago de Texcoco participaron también en la Batalla de Iztapalapa donde la ciudad de bellos jardines y palacios de cantera fue reducida a escombros. 

 

La destrucción de Iztapallapan fue el comienzo de la marginalidad con la que, después de tantos siglos, se identifica a la alcaldía. Por años, la ciudad permaneció como un pueblo fantasma al que sólo iban a parar quienes no tenían dinero o los que escondían algo, pero esas tierras tenían dueños y fueron ellos quienes la hicieron resurgir de entre los muertos de la conquista.

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Canal de la Viga Foto: Iztapalapa – Ciudad de México

Aprovechando el suelo fértil del lugar, los habitantes de Iztapalapa la convirtieron en un pueblo agrícola alejado del bullicio de la Nueva España. En los primeros trazados de la Ciudad de México nadie consideró el pueblo de Iztapallapan, así que, de una u otra forma, esta era una “cuidad de nadie” hasta que el 23 de diciembre de 1582 la Corona Española reclamó el territorio. Oficialmente, el pueblo estaba asentado en el lado norte del Cerro de la Estrella y mantuvo su actividad agrícola hasta bien entrado el siglo XIX. 

Semana Santa en Iztapalapa

Como propiedad de la Corona, el territorio iztapalapense volvió a ser una de las zonas más devotas de la Ciudad de México. Aunque, a escondidas todavía se celebraba la Ceremonia del Fuego Nuevo en la cima del Cerro de la Estrella, el catolicismo tomó fuerza gracias a las iglesias y conventos cercanos como el de Culhuacán a mano de los agustinos o el Santuario del Señor del Santo Sepulcro, también conocido como La Cuevita, de donde surgió una de las tradiciones más queridas por los iztapalapenses. 

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Santuario nacional de Nuestro Señor de La Cuevita. Foto: Iztapalapa – Ciudad de México

No es un secreto que los festejos de Semana Santa en Iztapalapa son famosos a nivel nacional,lo que no todos saben es que nacieron como una manda que los habitantes de Iztapalapa le cumplen al Señor del Santo Sepulcro quien, según dicen, salvó a todo el pueblo de la epidemia de cólera morbus que lo azotó en 1833.

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Foto: Iztapalapa – Ciudad de México

La representación de la Pasión de Cristo se hace desde 1943 y empieza el Domigo de Ramos y termina con el Vía Crucis del Viernes Santo. En ella participan alrededor de 150 actores más los feligreses que deciden unirse a la procesión a causa de una manda personal. 

La urbanización de Iztapalapa

Para 1862, algunas partes de Iztapalapa seguían sobre chinampas centenarias donde sembraban maíz y frijol. Con el fin de comunicar la alcaldía con el resto de la ciudad, comenzaron los trabajos de embovedamiento del Canal de la Viga, así muchos de los agricultores buscaron otras formas de ingreso y se montaron en los tranvías que se dirigían al Centro. 

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Puesto de tacos en Iztapalapa Foto: Iztapalapa – Ciudad de México

Foto: Diego Cera

Para ese momento, aunque el número de habitantes era elevado para ese momento —cerca de 1809 personas—, el crecimiento acelerado de la ciudad hizo que personas de otros estados se instalaran en los terrenos desocupados del lugar. Pronto, el paisaje del cerro se pintó de gris hormigón y entre los vecinos se sentía un aire de hostilidad como es natural en una ciudad creciente. 

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Practicantes de box en Cerro de la Estrella. Foto: Diego Cera

Pirámide en el Museo del Fuego Nuevo. Foto: Diego Cera

Los colonos más antiguos dicen que la urbanización de la alcaldía provocó que la zona fuera insegura, porque se mudaron muchas “personas de malas mañas”. Pero también hay otros que creen que justo fue esa migración la que hizo de Iztapalapa un sitio diverso en cuyas calles se pueden escuchar los Ángeles Azules o el “Iztaparap” de Toño Zuñiga y donde a veces, si uno es atento, puede encontrar vestigios arqueológicos entre los guijarros del suelo o, mejor aún, se da cuenta cómo se sigue renovando el mundo desde la cima del cerro.

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