Hasta la década de los 60 del siglo pasado tener una cámara fotográfica no era algo común, las fotografías estaban destinadas a fechas especiales y eventos importantes, y la mayor parte de las eran tomadas por profesionales. En este contexto, Antonio Caballero logró retratar su cotidianidad, por lo que su obra es un registro importante del pasado de la ciudad: su arquitectura, la moda y las historias que conmovían a sus habitantes.
Antonio Caballero (1940) creció en la colonia Guerrero, que en aquellos años era semillero de artistas, músicos y deportistas. Además de su popularidad, la cercanía con el centro histórico era un factor importante para que diferentes profesionistas montaran sus estudios y talleres en esta parte de la ciudad. A mediados de los años 50, uno de los mejores fotoperiodistas de México, Héctor García, llegó a la Guerrero a poner su estudio, y gracias a María Sánchez, esposa de García, Antonio Caballero entró como asistente cuando apenas era un adolescente.
Fue durante su paso como asiste de Héctor García que Caballero aprendió la técnica y el oficio de la fotografía. Aunque comenzó cargando y acompañando a García, tiempo después comenzó a cubrir sus primeras notas como fotógrafo en diferentes periódicos y revistas. Gracias a las enseñanzas de su maestro y a la experiencia que había adquirido en esos años, Caballero tomó la decisión de independizarse, pero para ello necesitaba una cámara profesional propia, que no eran nada baratas, pero su madre le dio su radio para empeñarlo, y pudo adquirir su primera cámara: una Retina III C de 35mm de la Kodak.
Como fotógrafo independiente colaboró en diferentes medios: la revista Cine Mundial, El Fígaro, Ráfaga, La Voz, El Vocero, Imagen, Jueves de Excélsior, Revista de América, Madeimoselle, La Calle, Crónica, Revista de Revistas, incluso sus fotografías fueron publicadas en medios internacionales como L’écran, Le Monde o el New York Times. Durante estos años lo llamaban para hacer fotografías de todo: moda, espectáculos, deportes y política. Y en 1965 realizó su primera fotonovela Generación Jet, la cual fue escrita, fotografiada y armada por él mismo, lo que lo convirtió en el pionero y principal representante de la fotonovela en México.
Con la llegada de la televisión las fotonovelas fueron poco a poco en desuso, y para la mitad de la década de los 80 y después de 500 fotonovelas producidas dejó el negocio. En esta misma época, el edificio donde estaba su estudio en la calle de Donato Guerra, sufrió daños considerables en el terremoto de 1985, por lo que se perdió gran parte de su archivo. Posteriormente, Caballero se retiró paulatinamente de la fotografía comercial y trabajó como docente en el Instituto Politécnico Nacional y como fotógrafo científico en la UNAM, lo que lo llevó a ganar premios en fotografía científica. Durante varios años el trabajo de Antonio Caballero pasó desapercibido, sin embargo gracias a diferentes curadores, teóricos y críticos de arte su legado ha sido reconocido a nivel mundial.