Los has visto en las esquinas y en los semáforos, los escuchas cuando caminas por la calle. Hoy te contamos la historia detrás de los icónicos organilleros de la CDMX.
En la ciudad, la música está en todos lados. La gente canta y toca la guitarra en el metro y los camiones, los sonideros y los carros que pasan con los vidrios abajo y las bocinas a todo. Vivir en la ciudad implica estar rodeado de olores, ruidos y mucha música todo el tiempo. Entre tanto ritmo y melodía hay una tradición que ha sobrevivido desde el siglo XIX: los organillos.
Cuando pensamos en imágenes icónicas e indudablemente defeñas, quizás se nos venga a la mente el Castillo de Chapultepec, las tortas de tamal, la Biblioteca Central de CU o el clásico organillo, cuya manivela es girada por un individuo vestido de caqui de pies a cabeza. Sin embargo, así como hubo una CDMX antes de Bellas Artes y las jacarandas de las avenidas, también hubo un tiempo sin organilleros. Esto fue así hasta que hacia finales del siglo XIX inmigrantes alemanes trajeron consigo la tradición desde el otro lado del mundo.
Tras llegar a la ciudad, muchos organillos, tocados por sus respectivos organilleros, llenaron los salones, ferias y circos de la ciudad, tocando canciones populares de la época, muchas de ellas (paso doble, vals y polcas alemanas) famosas en Alemania, Francia y el resto de Europa; y es que no sería sino hasta mediados del siglo XX cuando comenzarían a tocar música tradicional mexicana como la “Adelita” o el “Cielito Lindo”. Vuelta tras vuelta el cilindro gira y lee las notas que luego viajan por tubos hasta las flautas que dejan salir las melodías del corto repertorio de los organillos, los cuales suelen tocar siempre las mismas 7 u 8 canciones reconocibles a los oídos mexicanos.
Los organilleros han sido una presencia creciente en la ciudad desde que llegaron a sus calles hace más de un siglo. El gusto por sus canciones ambulantes fue aumentando hasta que, durante el Porfiriato, se volvieron típicas de las salidas a las plazas, cuando cientos de hombres los rentaban semana tras semana como fuente de trabajo. Hacia finales del siglo XX nació la Unión de Organilleros la República Mexicana, un espacio que defiende sus derechos como trabajadores.
Hoy en día es normal que te encuentres a estos músicos ambulantes, cuyo trabajo es reconocido como patrimonio cultural de la Ciudad de México, mientras caminas por las calles. Muchas cosas han cambiado desde que los organillos y sus canciones llegaron a la Ciudad de México. Pero la tradición de “los dorados de Villa” con su camina abotonada y su quepi bien puesto sigue viva por entre los años, el crecimiento de la ciudad y la pandemia.