En esta ciudad hay una gran comunidad de personas que no recibieron regalos de navidad porque “Santa Claus no era mexicano” y tenían que esperar hasta el 6 de enero para tener sus obsequios. Es una historia triste, sí, pero deben sentirse afortunados porque en 1930 los hogares mexicanos estuvieron a punto de olvidarse incluso de los Reyes Magos para recibir en su lugar a Quetzalcóatl.
La imagen de Santa Claus tal y como lo conocemos nació a finales del siglo XIX gracias al ilustrador alemán Thomas Nast. Ésta tuvo tanto éxito que no tardó en propagarse por todo el mundo. De hecho, para 1930 su figura ya era tan popular que desde hacía varias navidades aparecían personas disfrazadas de Santa Claus en muchas tiendas de la ciudad, pero nadie se imaginó que ese año las cosas serían muy diferentes para ese rechoncho y generoso personaje.
Reemplazar a Santa Claus
Como los ánimos revolucionarios seguían bastante elevados, muchas personas sentían un profundo rechazo a lo que no fuera 100% mexicano y se negaban a celebrar fiestas que vinieran del extranjero. Uno de ellos fue el presidente Pascual Ortiz quien para potenciar el orgullo de la población por sus raíces decidió cambiar a Santa Claus por Quetzalcóatl. La idea fue apoyada por el entonces secretario de educación Carlos Trejo, quien también proponía un personaje más mexicano para que la población, especialmente la infantil, se sintiera mucho más cerca de sus raíces.
Por su parte, la mayoría de las personas en lugar de extrañarse se adaptaron a esta medida. Como el gobierno post revolucionario estaba empeñado en borrar cualquier rastro del afrancesamiento de Porfirio Díaz, este tipo de celebraciones eran más comunes de lo que pensamos.
Por supuesto, no faltaron algunos miembros de la sociedad católica que mostraron su inconformidad alegando que para tal motivo, lo mejor era prohibir la celebración en lugar de utilizar a un personaje que, en efecto, nada tiene que ver con la navidad. La única justificación para realizar el festejo era que, por estas mismas fechas, los aztecas celebraban el solsticio de invierno que era la línea de partida para un nuevo ciclo y conmemoraba el triunfo de Huitzilopochtli sobre la luna.
La navidad de Quetzalcóatl
De cualquier forma, el festejo se llevó a cabo. El 23 de diciembre de 1930, en el Estadio Nacional —que estaba en el lugar que hoy ocupa el Jardín López Velarde— instalaron una pirámide que lo mismo estaba rodeada por sacerdotes y danzantes que por árboles de navidad.
En la cima del armatoste estaba un actor representando a Quetzalcóatl hasta el más mínimo detalle. Era un hombre alto y barbado pero con atavíos aztecas que, según la tradición oral de nahua, tendría que ser el aspecto del dios al llegar a la tierra. Allí mismo estaba Josefina Ortiz, la primera dama, encargada de entregar regalos a niños de escasos recursos. En la ceremonia también estuvieron varios funcionarios públicos y extranjeros.
Luego de la burla y el enojo que provocó esta celebración tan peculiar, el gobierno decidió volcar todos sus sentimientos nacionalistas en las posadas y las piñatas —que, por cierto, tampoco son mexicanas— para dejar la navidad intacta. Un año después, en 1931, el icónico Santa Claus de la Coca-Cola llegó para quedarse, aunque la verdad nos hubiera gustado ver las imágenes de una serpiente emplumada bajando por la chimenea.