El coronavirus hizo que todo en esta ciudad cambiara. En nuestro caso, el bicho hizo que la línea entre la prevención y el miedo se volviera casi invisible el día en que nos enteramos que éramos (somos) casos positivos (moderados) de COVID-19. Bere y yo vivimos en la colonia Plazas de Aragón de Ciudad Nezahualcóyotl, uno de los municipios con mayor número de contagios en el Estado de México, pero estamos casi seguros de que no nos contagiamos aquí. Creemos que nuestro virus vino de la Roma, del día que Bere tuvo que ir para allá por trabajo.
Neza es una de esas ciudades dormitorio a donde sus habitantes sólo llegan a cenar y descansar. El resto del día están en sus oficinas del Centro, Roma o Condesa, o al menos así era antes de la cuarentena. Nos gusta pensar en el encierro como un fin de semana largo, nunca el puente por el natalicio de Benito Juárez había sido tan largo. Nunca había deseado tanto la llegada del lunes para volver a la realidad.
─ ¿Crees que estemos enfermos?
─ No. No, no creo…
─ Sí. Yo tampoco…
Como casi todos, salíamos a comprar comida o verduras que los del súper no nos habían mandado. Pero una semana antes del diagnóstico, Bere comenzó a sentirse mal del estómago y tenía febrícula (la etapa previa a la fiebre, cuando la temperatura aumenta pero se mantiene en menos de 38ºC). Yo sólo sentía algo extraño en la garganta, como si tuviera una pelota atorada, muy similar a cuando quieres llorar. Claro, con el aire de la ciudad es normal que la garganta te pique de vez en cuando, siempre hay excusas aquí, pero esa bolita se quedó allí por más de dos semanas.
Nos daba mucho miedo admitir que nos sentíamos mal. Nos mirábamos a los ojos, respirábamos hondo y seguíamos con lo nuestro. Supongo que era la forma de decirnos “Todo va a estar bien, estamos juntos en esto. Te quiero”. Por dentro, sin embargo, estábamos muertos de miedo. Toda esa semana seguí yendo a la tienda tomando todas las medidas sanitarias posibles, pero no dejaba de sentirme irresponsable sólo por abrir la puerta de la casa.
─ ¿Qué te dijeron?
─ Que vayamos al simi…
─ Ay.
El sábado 20 de junio decidimos llamar a los teléfonos de emergencia. Una noche antes había empezado con los mismos síntomas que Bere a excepción del dolor de estómago y ya con eso tuvimos. Llamamos y enviamos mensajes a todos los números que encontramos en la red, pero la respuesta siempre era la misma: “Ustedes tienen síntomas de COVID-19, pónganse un cubrebocas y vayan al doctor para que les dé antibióticos. Si no tienen dinero, pueden ir a similares”. Algunas asesoras fueron más amables que otras, pero cuando les preguntaba si podían mandar a alguien para revisarnos, la respuesta siempre fue negativa.
¿Por qué me iban a mandar a un doctor? El miedo hace a todos más egoístas. Pero somos privilegiados. A pesar del malestar, podía respirar por mi propia cuenta, quizá a dos cuadras de aquí había alguien que sí necesitaba una ambulancia, y también se la negaron. Aún con la enfermedad, sabemos que el nuestro es un caso (muy) afortunado.
El domingo decidimos ir a una clínica privada para evitar las aglomeraciones. Fuimos al Hospital de Especialidades Bosque de Aragón, donde nos dijeron que, para agilizar el diagnóstico nos iban a sacar una placa del tórax. Así iba a ser más fácil analizar nuestros pulmones y, de nuevo, la mirada y el suspiro que utilizamos para tranquilizarnos. La diferencia es que esta vez ya sabíamos la respuesta a nuestras dudas, sólo hacía falta que alguien la confirmara.
─ De eso se muere la gente…
─ Pero nosotros estamos fuera de peligro, mamá. No te asustes.
─ Bueno, cuídense…
Cuando eres un caso moderado, la enfermedad pasa en 14 días. Durante una semana tienes que tomar las medicinas que te haya recomendado el médico y a la otra descansas para ver cómo reacciona tu cuerpo. Como este es un virus nuevo, no existe un tratamiento exacto. Los supimos cuando preguntamos a varios amigos cuyos familiares se habían enfermado: la única medicina que coincidía en todas las recetas era la dexametasona. Por cierto, esas consultas se convirtieron en conversaciones que hasta hoy no terminan. Todos los días recibimos mensajes y llamadas de amigos y familiares que están al pendiente de todo lo que nos pasa o nos falta. Ellos también nos ayudan a sanar más rápido.
La primera semana fue muy extraña en la ciudad misma. El lunes amaneció lloviendo y nos dio miedo de que el frío complicara los síntomas. Nos abrigamos lo más que pudimos y procuramos comer todo caliente. Pero el momento más difícil fue el martes, cuando nos sorprendió el sismo. Lo que alguna vez fue un meme salido de las conferencias de López-Gatell se convirtió en una realidad muy angustiante. Muy.
¿Qué haces cuando estás enfermo de COVID-19, el clima es húmedo y empieza a temblar? ¿Sales o te quedas en casa? ¿Cuál es el punto de reunión para los que estamos en cuarentena? Tuvimos que resolver estas preguntas en menos de un minuto y además avisarle a los vecinos que estaba temblando. Lo único que se me ocurrió fue tocar las puertas y echarme para atrás. Ahora me da mucha risa mi reacción: saludar a mi vecina, decirle que salga porque está temblando y echarme a correr a la esquina. En el momento fue horrible.
Dentro de la plazuela, el punto de reunión en caso de sismo es un parquecito que está en medio de todo. Bere y yo nos movimos a una esquina, lejos de las personas y de cualquier cosa que nos pudiera caer encima. En un caso como éste, fue difícil pensar sólo en pareja, a un lado de nosotros había dos niñas asustadas y no podíamos ni siquiera acercarnos a preguntarles si necesitaban algo o si querían que llamáramos a sus papás. La única forma de hacer comunidad fue alejarnos de todos. Cuando regresamos a casa pusimos el cerrojo, preparamos una mochila de emergencia y luego no sabíamos qué hacer. No lo sabíamos, pero todas las contingencias anteriores nos prepararon para ésta.
Ante estas cosas, uno se pone a pensar en todas las personas que viven alrededor. Probablemente hay algún caso asintomático, las personas por acá siguen saliendo a trabajar. Neza no es un lugar donde todos tengan el privilegio de hacer home office, porque sí, es un privilegio. Antes de la responsabilidad que tenemos hacia los demás, existe la necesidad de comer y de salir para poder seguir pagando las cuentas.
Desde la ventana veo niños jugando, albañiles trabajando y un vecino que arregla su auto. Quiero gritarles que se cuiden o que se queden en su casa, pero incluso mi gritos son tóxicos. Que sean felices un ratito.
─ ¿Qué hora es?
─ La del antibiótico.
─ Zaz, ya es bien tarde…
Durante toda la semana que duró el tratamiento nos sentimos extraños en cada aspecto. El hecho de ver las llaves pegadas al cerrojo de la puerta se sintió como reducir la casa a una caja pequeñita que nos provocó ataque tras ataque de ansiedad. Llegó un momento en el que pensé que más que ansiedad estaba punto de sufrir un infarto, el pecho y el brazo izquierdo me dolieron por varios días. Justo lo que nos faltaba. Para vencer la ansiedad usamos una app para meditar antes de dormir o veíamos Los Simpsons hasta que nos diera sueño (sí funciona, jaja).
Nunca supimos exactamente si el temblor en nuestro cuerpo era por la ansiedad o por el cansancio que provoca el virus. De lo que sí estamos seguros es de que nuestras ojeras nos preocupaban mucho. Algo tienen esas sombras que nos recuerdan al tiempo y su estrecha relación con la muerte. Para atenuar esa sensación nos reíamos cuando nos quedábamos viendo un punto fijo, porque era como un viaje en el tiempo que, aparentemente, nos estaba consumiendo el alma. Tomarse la temperatura también se volvió algo gracioso pero incierto. A veces mis manos estaban más calientes que su frente, pero para eso está el termómetro.
La pérdida del gusto y el olfato no estuvo tan mal. Si vives en Plazas de Aragón o zonas aledañas sabes que por las noches hay un olor muy fuerte por la procesadora de basura de San Juan de Aragón, así que no oler nada por un par de días sí es una ventaja chiquita. Lo feo es no saber cuándo huele a gas o preparar algo rico de comer y que sólo sirva para llenarte el estómago. En fin, inconvenientes secundarios e insignificantes si los comparamos con los de un caso grave de COVID-19. Si no hubiera una procesadora de basura de por medio, podríamos decir que son eso que llamamos “problemas de primer mundo”.
─ ¿Cómo te sientes?
─ Mucho mejor ¿y tú?
─ Bien… ¿ya la libramos?
─ … mmm, seeh…
Después de una semana bajo llave muchas cosas cambiaron. El domingo temprano bajamos al mini-huerto que pusimos en el patio y nos dimos cuenta de que las hojas de las calabazas tenían manchas blancas. Eso significa que ellas también enfermaron por el exceso de lluvia y por los insectos que llegaron mientras nadie las cuidaba. Esas calabazas son la metáfora perfecta de todo lo que hay que reparar y cambiar.
Apenas terminamos de la segunda semana. Se supone que para este punto el virus podría regresar, así que aunque el llavero se fue del cerrojo, el confinamiento sigue siendo obligatorio por unos días más, los mismos que seguiremos pensando en todo lo que cambió en la ciudad durante la pandemia. El nuestro no fue más que un caso aislado que pasó sin romper mucho. Somos afortunados de estar juntos en esto Bere y yo.
PD: Si algún vecino está leyendo esto, ya estamos mejor, pero preferimos guardar distancia. Cuídense mucho 💕
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