En el pedregoso terreno frente a Televisa San Ángel se encuentra uno de los restaurantes más célebres de la ciudad. Su fachada de color naranja y amarillo huevo, con un letrero que sentencia “DELICIOSOS DESAYUNOS”, llama la atención para cualquiera de los coches que transita el Periférico Sur. Inaugurado en 1996 en El Pedregal
, El Charco de las Ranas es un restaurante clásico no solo por su ocurrente decoración con anfibios, sino también por ser el escenario de un asesinato.
Un “charcazo” inolvidable en El Pedregal
La historia es ya conocida. Paco Stanley, famoso conductor de televisión, acudió el 7 de junio de 1999 a desayunar a El Charco de las Ranas. Lo acompañaban dos de sus compañeros, Mario Bezares y Jorge Gil. Estas salidas eran tan comunes que meseros y cocineros ya conocían a Stanley. Lo ubicaban como un hombre chistosísimo, pero misterioso y, según algunos extrabajadores, un poco perverso.
Sin embargo, la ocasión del 7 de junio marcaría la fama del Charco para la posteridad. Al salir del restaurante, una ráfaga de disparos le quitaría la vida a Paco Stanley.
Inmediatamente después del ataque, tanto Mario como Jorge fueron sospechosos de ser los autores intelectuales del crimen. Las sospechas se descartaron por falta de pruebas, al menos judicialmente. Desorientada, la Fiscalía acusó al chofer de Stanley. Hubo quienes aventuraron un vínculo entre el atentado y el narcotráfico. El caso llegó hasta las manos del entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Poco, si algo, se resolvió. A pesar de las investigaciones, el lugar siguió operando como si nada hubiera ocurrido. El Charco de las Ranas se volvió un hito de la ciudad debido al asesinato de uno de los hombres más famosos de la televisión mexicana.
El Charco de las Ranas, 25 años después
Hoy, El Charco de las Ranas es un clásico detenido en el tiempo. Lo delata su decoración batracia, intacta desde los años noventa. Un trompo de pastor da la bienvenida; el lobby cuenta con bancas de madera y estantes para revistas y libros, como antes. Ranas gigantes, cual guardianas del lugar, ocupan el centro del interior, desde donde se ve la cocina. En un pertinente arrebato cromático, el baño está decorado con mosaicos blancos y naranjas. En pleno Pedregal, destaca una vista a un riachuelo cada vez más famélico.
A 25 años del suceso que le trajo a El Charco de las Ranas una publicidad insólita, el lugar está prácticamente lleno del desayuno hasta la cena. Todos los días acuden familias enteras, jóvenes que buscan un cachito de la historia de la CDMX y, por supuesto, uno que otro ejecutivo de Televisa. El restaurante no es lo único que está detenido en el tiempo. Su sitio
también parece encantadoramente salido de otra era hasta geológica.
El secreto es la constancia
La especialidad del menú es la comida típica mexicana. Lo mejor son las quesadillas, sopes, flautitas, y las salsas que los acompañan. Los desayunos tienen cierta fama bien ganada y su café lechero también es memorable. Los tacos no son nada destacables, a pesar de ser la especialidad de El Charco de las Ranas, pero la verdad es que sí sacan la chamba. Las aguas frescas las sirven en vasitos de plástico con el logo del restaurante y los meseros suelen atender rápido, sin contratiempos.
Quizá eso sea lo más destacable de El Charco. Más que aquel episodio funesto o aquellos nombres famosos que alguna vez lo frecuentaron, es esa regularidad de cronómetro la que asombra. Los meseros son prestos y eficientes. La consistencia de los platos sería la envidia de un Henry Ford restaurantero. Tal vez la confianza que genera esa constancia sea la clave para que El Charco de las Ranas sobreviva a tantos años.
El Charco de las Ranas suc. Pedregal
Blvd. Adolfo López Mateos 2772, Jardines del Pedregal
Lunes a jueves | 8 am – 12 pm
Viernes a domingo | 8 am – 2 am