Cuando hablamos de la arquitectura de Mario Pani inmediatamente nos referimos a obras capitalinas como el Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco o el Conservatorio Nacional de Música, sin embargo; la influencia del célebre urbanista se extendió también a las costas del Pacífico Mexicano. Un ejemplo destacado de esta sinergia es el Club de Yates de Acapulco que, a casi 70 años de su inauguración, continúa siendo una de las asociaciones náuticas más importantes del país.
La historia del Club de Yates, propiamente dicha, se remonta a la década de los cuarenta cuando un grupo de entusiastas del yatismo, liderado por el millonario Lewis Riley, se reunían en las inmediaciones de la Playa Tambuco para celebrar regatas semanales. Con el tiempo, el número de socios aumentó y fue entonces que Riley decidió comprar un terreno de mil metros cuadrados en la Bahía de Santa Lucía.
La construcción del muelle central de este Club Naútico arrancó en 1955 y la primera piedra fue colocada por Dolores del Río, pareja y más tarde esposa de Lewis Riley. Al frente del proyecto estaba Mario Pani y su colega indiscutible, Salvador Ortega. Las oficinas administrativas, zonas de recreo y otras instalaciones pensadas para encuentros sociales debían darse en el mismo edificio, por lo que hubo que crear un complejo armonioso con múltiples inmuebles para atender las necesidades de los inquilinos.
El uso de materiales locales para los elementos estructurales fomentaron un carácter armonioso con el paisaje y el ambiente tropical del Puerto de Acapulco. La consecución de estas intenciones se llevaron a cabo mediante el uso de sistemas de cubiertas de paja (mejor conocidas como palapas), celosías de bambú, madera y mampostería.
El vínculo entre los diferentes edificios fue el resultado de un meticuloso diseño de paisaje que fusiona la narrativa arquitectónica y los exteriores como una traza holística, derivando en una zona náutica moderna, que no menosprecia la tradición de su entorno. El 19 de diciembre de 1955 se inauguró formalmente el Club de Yates y un año después recibió su primera regata, que fue la de San Diego.
Para la década de los sesenta el Club de Yates alcanzó la gloria olímpica como sede de las competencias de vela en los Juegos Olímpicos de México 68. En ese entonces el Gobierno Federal y la Secretaría de Marina designaron un jugoso presupuesto que permitió ampliar las instalaciones. De un solo muelle pasó a tener un malecón de más de 600 metros, con capacidad para albergar hasta 400 yates. También se amplió la zona del restaurante, se construyó una alberca más grande e incluso algunas casas circundantes fueron absorbidas por el Club tras la ambiciosa remodelación.
Después de coronarse como sede olímpica, y ya con nuevas y más grandes instalaciones; el Club de Yates adquirió relevancia internacional, misma que ostenta hasta nuestros días. Actualmente continúa siendo un club privado, organizando regatas mensuales, y torneos de pesca. También ofrece clases de pesca deportiva y forma parte de las clínicas Optimist, un programa de promoción al deporte que admite a niños entre 7 y 15 años de edad no socios del club, que son seleccionados de entre los mejores estudiantes de escuelas locales.
El compromiso de Mario Pani con la práctica arquitectónica aún produce eco en el viejo y eterno Acapulco. Aunque muchas de sus obras han sido modificadas con el paso de los años, perdiendo su esplendor inicial; el Club de Yates, el Condominio Los Cocos, el Hotel Condesa del Mar, las habitaciones del Pozo del Rey y hasta la terminal del Aeropuerto conservan esa magia que siempre nos hace querer regresar al “lugar más agradable y relajante del mundo”, tal y como Miguel Alemán lo expresó públicamente en su día.