Como cada septiembre, el trayecto de Reforma al Zócalo capitalino se ha pintado de verde, blanco y rojo. Durante 15 días, artesanos y comerciantes venderán miles de artículos so pretexto del aniversario de la Independencia. Banderas, bigotes falsos, moños, trompetas, matracas y sombreros aparecen una y otra vez sobre avenida Juárez en un despliegue tricolor de proporciones épicas. Pero, ¿de dónde salieron todos estos carritos de adornos mexicanos?

Vivan los carritos que nos dieron parafernalia patria

No solo están sobre avenida Juárez, también se hallan a lo largo de 16 de Septiembre y Eje Central a la altura de Salto del Agua. Son cientos de carritos que ofrecen productos más o menos similares. Muchos creen que se trata de mercancía china. En realidad, provienen de las manos artesanas de San Pedro Totoltepec y Santa Ana Jilotzingo, en el Estado de México. Es justamente la competencia desleal, fomentada por importadores asiáticos, la que ha terminado por menoscabar todo un negocio generacional. “Si yo te vendo una bandera a 60 pesos, ellos te la dan a 30. Prácticamente a mitad de precio”, dice con cierta indignación Don Manuel. Su familia, como todas las de su comunidad, se dedica a la fabricación y venta de parafernalia patria. Sin embargo, Don Manuel asegura que la calidad no es, ni de cerca, parecida.

Para ensamblar una sola bandera de manera artesanal, se necesita de la colaboración de al menos cuatro personas. Una mide y corta la tela, otra cose las piezas tricolor, una más imprime el escudo nacional y la última pule los acabados. Por el contrario, las banderas importadas son de una sola pieza pintada. A diferencia de estas, las de fabricación nacional resisten la convivencia con el sol y el agua sin deteriorarse.

Cada taller fabrica varios miles de banderas por temporada. Existen 14 tamaños que van desde las pequeñas y tímidas que adornan escritorios, hasta aquellas colosales que cuelgan de fachadas de edificios. Así de diversos son también los precios: van de los 10 hasta los 350 pesos.

Marea tricolor

El puesto móvil de Luis está ubicado casi en la esquina de 16 de Septiembre e Isabel la Católica. Asegura que “se le gana más ranchereando”, es decir, vendiendo mientras caminan. Sin embargo, esta dinámica está prohibida por la Subsecretaría de Programas de Alcaldías y Ordenamiento de Vía Pública (SPAOVP). Es esta instancia de la SEGOB la que concede permisos, reparte ubicaciones y supervisa permanentemente el cumplimiento de lo establecido. “En cada calle hay un líder que nos organiza y apoya en la venta”, explica Luis. “Si hace falta algo, corre a otro puesto a traer lo necesario. También vigila que todos estemos trabajando en el lugar que nos corresponde”. Aun así, los comerciantes en la avenida Juárez consideran que el espacio es insuficiente. Por este motivo, le han pedido al gobierno que los deje avanzar hasta el Zócalo.

Para evitar un desbordamiento de comercio callejero, las autoridades restringen a dos los carritos por cuadra. Además, no permiten instalarse en vialidades de la ruta 4 del Metrobús, así como las calles Francisco I. Madero, Eje Central de Madero a Donceles, Tacuba de Bolívar a Eje Central y la Alameda. Arroyos vehiculares, esquinas y pasos peatonales también están penalizados.

Al preguntarle sobre su artículo más vendido, Luis no puede decidirse. Por un lado, están aquellos que sirven para decorar hogares, escuelas y oficinas, como banderas y guirnaldas. Por el otro, están los que ayudan a caracterizarse como dicta el manual del buen mexicano, es decir, bigotes, jorongos, sombreros, moños y rebozos. Lo cierto es que, al término de este maratón de dos semanas, él y sus vecinos habrán reunido suficiente capital. Ese dinero les permitirá proveer a toda una comunidad. Durante ocho meses se prepararán antes de regresar y seguir enalteciendo las celebraciones del Día de la Independencia.