En el recorrido por Coyoacán –entre esquinas literarias, sonidos y jardines generosos– también hay una plaza a la que le queda bien su nombre en diminutivo. La Conchita es tan pequeña como el título sugiere; apenas unos metros cuadrados, algunas bancas y muchos árboles frondosos. También una iglesia, la capilla dedicada a la Purísima Concepción de María, a la que nadie le dice así y todos llaman por el cariñoso diminutivo.
En la calle Vallarta, entre Fernández Leal y Presidente Carranza está la capilla: una sola nave, una cúpula y dos campanarios; piedra volcánica y amarillo brillante. La iglesia de La Conchita fue construida sobre un centro ceremonial prehispánico; después de una de sus tantas remodelaciones, los del INAH descubrieron que había pertenecido al imperio tolteca. Hernán Cortés ordenó construirla en esa plaza arbolada hace más de 200 años y celebró en su pequeña nave la primera misa de la región.
Afuera, en la plaza, el verde de las hojas se confunde con el del musgo. Hay eucaliptos, pirules, encinos y palmeras imperiales. Arbustos de ficus adornan los caminos trazados con piedras que se conectan al centro, en la cruz de piedra que es una réplica de la original. En 1914 el pedestal fue lastimado cuando el general Genovevo de la O intentó encontrar el “Tesoro de Moctezuma”, y en 1996 la cruz fue derribada por desconocidos y tuvieron que construir otra.
Para los vecinos y curiosos, La Conchita es el feliz final de un paseo largo o una buena pausa al ajetreo: si uno viene del centro de Coyoacán puede llegar caminando todo recto por la calle de la Higuera. Al llegar, la sombra siempre es mucha y el aire fluye desde los cuatro puntos abiertos de la plaza.
A la vuelta están el Centro Elena Garro y uno de los campus de la Escuela Superior de Música, mundo pacífico donde uno escucha desde cada rincón lejano notas de un piano o un saxofón a la distancia.
La plaza de La Conchita no es ningún descubrimiento; los habitantes del barrio la conocen bien y la recorren seguido. Más los domingos, cuando ese sur de la ciudad tiene más aires de una provincia pequeña y muy tranquila que de pedazo de una inmensa mancha urbana. Y de esa sensación de calma, La Conchita es ejemplar perfecto.
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