Un instinto de conservación parece brotar (silenciosamente) desde el centro de la plaza de La Romita, conocida por permanecer secreta –donde ya nada lo es– en medio de la colonia Roma. En las leyes de la naturaleza, el más fuerte se impone siempre; pero en el ecosistema de esta ciudad la mayor virtud y fortaleza de un lugar parece ser la de pasar desapercibido; empequeñecido y ensimismado.
La Romita está enterrada entre las calles Morelia, Puebla y Durango. Sus caminos medio inaccesibles hacen que este pedazo de ciudad pase casi inadvertida. De hecho, en los tiempos del contrabando los que robaban al fisco –piratas en camuflaje de brujos o nahuales– guardaban allí sus tesoros. Y se ha salvado de guerras civiles, o, sobre todo, de la voracidad del agente inmobiliario, la gentrificación.
Por muchísimos años, dos ahuehuetes grandes dieron sombra y resguardaron la plaza. Pero además sirvieron como horca en la colonia o, más tarde, como la representación de la horca en el teatro que montaban cada año en el carnaval. Así lo contó el historiador Luis González Obregón:
Los gestos de los reos y sus largas lenguas de fuera para aparecer que los indios los habían ahorcado, las fingidas lágrimas de las viudas, sobre todo, lo abigarrado y grotesco de la indumendtaria provocaban francas carcajadas de los burlones, sollozos en las ancianas verdaderamente conmovidas, gritos angustiosos en los niños asustados, aullidos en los perros que habían perdido a su amo. Todo era una farsa. Una representación de los fantasmas.. . .
La plaza adoquinada tiene una fuente en el centro, una iglesia pequeña (como una ermita oscura) y algunas casas viejas y de una sola planta –ya en peligro de extinción en esta ciudad–. El aire es de otros tiempos: los autos no pasan por casualidad, y ni el silencio o los modos de la gente corresponden a los de la Roma. Los vecinos todavía se conocen, y los negocios son pocos y locales. Hay una pollería que atiende en la banqueta frente a la plaza. Su fachada dice Los Olvidados, porque este lugar fue locación para algunas escenas de la película de Buñuel.
Para José Emilio Pacheco, la Romita era un lugar aterrador:
Era un pueblo aparte. Allí acecha el hombre del costal, el gran robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el hombre del costal se queda con todo. …
Un parque suele ser generoso y fácil. La plaza Romita es otra cosa: es un paseo tranquilo y provinciano en el mar revuelto de la colonia Roma.
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