Entre canchas de basquet y fut, en la Facultad de Odontología de la UNAM, se encuentra el Pabellón de Rayos Cósmicos, aka “la muela”. Es un cascarón de doble curvatura con el que Félix Candela se ganó el prestigio como maestro de la paraboloide hiperbólica.
Aunque su nombre suene (justo) hiperbólico, a menudo esta bóveda pasa desapercibida por su pequeña escala o quizás por el humilde –y noble– destino que le tocó: resguarda en su interior balones de futbol y piezas de ajedrez o de dominó disponibles para préstamo.
En 1951, Félix Candela, en colaboración con González Reyna y Arozarena, creó este laboratorio de rayos cósmicos, que suponía un diseño de lo más complejo. El cascaron cuenta con 12 metros de largo por 10.75 metros de ancho. La cubierta de este laboratorio especializado en la medición de neutrones tenía que respetar la condición de no sobrepasar los 15 milímetros de espesor su parte más alta, para que cumpliera óptimamente su función. Es decir: la cubierta es de las más delgadas que se han diseñado, pues debía ser lo suficientemente ligera para que los rayos cósmicos que se registraban en el interior la atravesaran.
A la llamada “muela” (obviamente los odontólogos le pusieron así) se accede mediante unas escaleras de concreto armado que llevan a dos laboratorios donde realizaban las extravagantes tareas sobre los neutrones que desprenden los rayos cósmicos.
Pero el pabellón ha pasado a una vida menos misteriosa. Ya no es centro de investigación de rayos cósmicos y desintegración nuclear. Ahora es una bodega de pelotas y juegos de mesa para estudiantes de odontología y permanecerá siempre como un extranjero, uno entrañable, al que nadie entiende pero le delegan las tareas familiares, sencillas como guardar cosas.