Mathias Goeritz no sólo propició una renovación de las artes, sino que además dejó una impronta física espectacular en la Ciudad de México. El espacio urbano sería otro sin los proyectos que encabezó: las Torres de Satélite, la Ruta de la Amistad, el Espacio Escultórico de Ciudad Universitaria.
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Frente al funcionalismo, que a mediados del siglo pasado era el estilo arquitectónico hegemónico en México, Goeritz propuso una arquitectura emocional. Para él, el espacio debería estar pensado para provocar emociones más que para responder a una función particular. Había que abandonar la racionalidad absoluta y regresar a lo espiritual, lo estético y lo místico, elementos que la modernidad había relegado a un segundo plano. El modelo no eran las fábricas –esos templos de la eficacia y la funcionalidad–, sino las catedrales.
Los principios de la arquitectura emocional se condensan, mejor que en ningún manifiesto, en el Museo Experimental El Eco, inaugurado en 1953. No fue creado para conservar objetos, tampoco para admirarlos, mucho menos para comprarlos: el objetivo esencial era producir experiencias y experimentar. Goeritz lo imaginó como un espacio de encuentro e imaginación que podía “hacer eco de las posibilidades artísticas infinitas” del México de aquella época.
Goeritz entendía el museo como una “escultura penetrable”. Es cierto: en sentido estricto, la primera experimentación (y experiencia) de El Eco surge de su propia arquitectura. Hace una década, a más de 50 años de su apertura, este espacio fue reinaugurando con el objetivo de cumplir el cometido para el que fue ideado originalmente: establecer un espacio de diálogo y experimentación. Desde entonces se ha presentado un sinfín de exposiciones temporales, eventos de corte multidisciplinario, festivales y demás prácticas y actividades artísticas.
Hace siete años fue lanzado el concurso Pabellón Eco para jóvenes arquitectos, con el cual se ha buscado fomentar la reflexión sobre la arquitectura y, en particular, sobre la arquitectura del museo. A fin de lograrlo se abre una convocatoria para realizar una intervención en su patio. El más reciente fue en 2016 y el ganador fue la oficina de arquitectura APRDELESP, con el proyecto Parque Experimental El Eco (PEEE), el cual convirtió el patio en un parque como “invitación a usar el Museo Experimental El Eco —un espacio institucional— de una manera cotidiana”.
Acaso ésa sea la principal enseñanza de El Eco: entre la obra de arte, el museo y la cotidianidad no existen fronteras claras; en última instancia, todo es cuestión de cómo decidimos vivir nuestras experiencias.
Consulta aquí las actividades del Museo Experimental: El Eco.
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