Pensil, en español antiguo, significa jardín. Y tenemos un Pensil en la Ciudad de México. Si sales del metro Río San Joaquín y caminas unas cuadras sobre Lago Chiem hasta el #84, te encontrarás con una vieja barda de piedra y una puerta de madera en ruinas. Si volteas hacia arriba del portón (que es una magnífica estructura barroca en sí) hay unas letras talladas y remarcadas con pintura ocre que dicen Pensil Mexicano. Estás frente al último ejemplar que sobrevive de las antiguas huertas de recreo del siglo XVIII.
Eso si, no se puede entrar. El espacio tiene candado y está custodiado por un pitbull que al menor intento de asomarte por los orificios de la puerta te acechará. Lo que puedes hacer es alejarte de la puerta y mirar las estructuras y la vegetación que se asoman arriba de la barda. Verás un campanario y las ruinas de una gran casa entre las copas de los árboles.
El jardín
Cuenta la historia que en el siglo XVIII la gente adinerada se construía casas de campo a las afueras de la ciudad, cerca del pueblo de Tacuba. Allí compraban extensiones enormes de tierra y edificaban fincas para descansar, veranear o reponerse de alguna enfermedad. Las casas tenían jardines inspirados en los jardines barrocos de Francia, Italia y España, tan de moda en esa época. La aristocracia paseaba en ellos para contemplar la naturaleza, divertirse y convivir con sus visitas. También hacían conciertos de música. Los jardines eran auténticos paraísos; contenían huertas, olivares, fuentes y arroyos, y estaban perfectamente diseñados al estilo barroco, donde el orden y la geometría predominaban en todo.
La historia de El Pensil Mexicano
Se dice que el Pensil es el último jardín barroco novohispano en México que ha sobrevivido. Don Manuel Marcos de Ibarra, bachiller de filosofía y cánones de la Real y Pontificia Universidad de la Ciudad de México, adquirió la propiedad en 1765 en Tacuba para construirse una finca con jardín. Muy probablemente para materializar su sueño, usó mano de obra indígena gratis que le entregaron como parte del sistema de la encomienda. Su única obligación como encomendero era “retribuirles” a los indígenas con la evangelización, así que necesitaba contar una capilla y suficientes religiosos para hacerlo.
En 1795 la finca, la capilla y el jardín fueron bautizados con el nombre de Pensil Americano. Esto cuando España era dueña de casi toda América, y México era tan sólo una pequeña parte de la colonia. Si uno analiza las letras del letrero de la entrada con cuidado, puede ver que abajo de “Pensil Mexicano” dice “Pensil Americano”. Cuentan que el nombre se lo cambiaron en la guerra contra Estados Unidos en 1847. También en la parte de arriba de la entrada había un escudo de armas, que ahora ya no existe. Dicen que lo eliminaron después de la Independencia, cuando borraron los escudos de armas de la Colonia para no dejar huella del pasado hispano.
El Pensil Mexicano originalmente tenía una casa de descanso enorme, una capilla, una huerta y un jardín con plantas ornamentales y lleno de caprichos o “follies”: elementos arquitectónicos decorativos que no tienen un propósito práctico y son fruto de la fantasía como fuentes, bancas, nichos, torres, estructuras que emulan ruinas o puertas que llevan a la nada, como una escenografía. Se dice, por ejemplo, que el Pensil Mexicano tenía “hermosas fuentes y bancas de piedra decoradas con grandes relieves de conchas marinas y ornamentos vegetales”.
Personajes que vivieron allí
Muchos personajes de la historia de México vivieron el Pensil Mexicano. Allí vivió, por ejemplo, el militar y político español Bernardo de Gálvez y Madrid, que luchó contra los ingleses durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos. Gálvez fue nombrado virrey de la Nueva España en 1785. Se dice que Gálvez pasó varios años en el Pensil y que con la asesoría de Vicente Cervantes, médico y botánico español, dedicó mucho trabajo al jardín. También Ignacio López Rayón, insurgente mexicano que continuó con la lucha independentista tras la muerte del cura Miguel Hidalgo, habitó el pensil unos meses después de salir de prisión. Y que Maximiliano I visitó el Pensil en su camino a Popotla. Ángela Peralta (1845- 1883), conocida cómo el ruiseñor mexicano, estrenó un vals allí.
Aunque fue declarado monumento histórico por el Departamento de Monumentos Artísticos, Arqueológicos e Históricos de la SEP en 1932, el Pensil nunca dejó de ser propiedad privada. A través de los años tuvo varios dueños y en 1967 comenzaron a fraccionarlo.
Estas ruinas que ves
Hoy el Pensil está en un estado muy deteriorado. Lo que se conserva es sólo una pequeña parte del conjunto original: el casco de la casa virreinal ya sin techos, ventanas o puertas, la capilla sin piso, puertas y retablo, y tres “follies” que están muy destruidos. De los 17, 885 metros cuadrados que tenía la propiedad en 1932, sólo se conservan 2,928. Al jardín lo invadieron bodegas, naves industriales y recientemente un edificio de departamentos de quinta. En 1998 se perdió parte del casco original de la finca por una ampliación que hizo el señor Jaime Kababie de una bodega aledaña, en total desprecio por el valor histórico del predio.
Desde entonces ha habido una lucha vecinal por presevar el Pensil. Existen varios proyectos que buscan restaurar y recuperar el jardín, incluyendo uno que propone convertirlo en casa de cultura. Pero ninguno ha dado fruto. El Pensil sigue siendo propiedad privada y no queda claro quién es su actual dueño, aparte del pitbull. Por eso es importante que renozcan su valor histórico, que se compre la propiedad o que se autorize la expropiación y que se restauren las estructuras. Porque el lugar y todos sus recuerdos, cómo se puede ver desde afuera, están a punto de morir.