Algunas construcciones son pedazos de historia tridimensionales que tienen el don de recordarnos de dónde venimos. Son la culminación de un largo proceso que incluyó a cientos de personas en distintos momentos del tiempo. La poesía discreta (y sofisticada) de convertir un predio en una idea y un plano en un edificio. Todo para que, tras el poder del hábito, las personas se lo apropien. De entre todas las joyas arquitectónicas que hay en a Ciudad de México, vale la pena detenernos en una que está en el –a veces inadvertido– Centro de Tlalpan. Hablamos del Palacio Municipal: una edificación de piedra volcánica y cantera que dejó para la eternidad Antonio Rivas Mercado o “el Oso”, como lo conocían sus amigos.
Un poco de historia
En los años del Porfiriato era común ver arquitectos entrar y salir de Palacio Nacional. Iban a proponerle a Don Porfirio una nueva cara de la ciudad, más afrancesada (como él quería), más positivista. El indómito presidente, que llevaba décadas aferrado al poder, aprobaba y desaprobaba todas las iniciativas. Por fortuna de todos, en julio de 1898 dio luz verde para que uno de sus artistas favoritos levantara un edificio en los (entonces) lejanos pueblos de Tlalpan.
El arquitecto Rivas Mercado acababa de regresar de Europa y traía en la cabeza las vanguardias y los clásicos. Para esa fecha ya había dejado en el horizonte urbano una multitud de mansiones como la que es hoy la residencia del Museo de Cera Mexicano en la Juárez. Es interesante imaginar esa tarde exacta en la que el arquitecto llegó por primera vez a Tlalpan, vio la plaza frente a él, entró a la monumental Parroquia de San Agustín de las Cuevas, construida en 1532, y se reunió con dos residentes de la zona que iban a financiar su proyecto del Palacio Municipal.
Ahí, en un predio esquinado, Rivas Mercado dejó 14 años de su vida. Para la fachada se inspiró en el estilo neoclásico: limpio, retacado de líneas y carente de ornamentos. Decidió cubrirla con cantera gris, uno de los materiales que le habían llevado los habitantes de los pueblos para levantar la construcción. Colocó 12 ventanales, un reloj y un monumental balcón desde el que se hace repicar una campana inmensa. En la puerta principal, el arquitecto dejó para siempre sus iniciales: “RM”.
La obra se inauguró en diciembre de 1902 y, durante más de cinco décadas, además de ser un espacio destinado al alcalde (luego delegado), era una especie de plaza comercial en la que había tiendas de abarrotes, por supuesto, la famosa Cantina Jalisciense. Pero todo eso cambió en 1964 cuando el edificio se volvió meramente administrativo.
El Palacio Municipal de Rivas Mercado hoy
El Palacio Municipal de Tlalpan es la esencia de uno de los sitios mejor conservados de la ciudad. Ahora en la fachada las personas pueden contemplar un mural en el que está dibujada la historia de la alcaldía. Además, este es el recinto en el que se hace el grito. Desde allí la alcaldesa Patricia Aceves decide el rumbo de este inmenso conjunto de barrios, arterias, parques y avenidas que está al sur de la capital.
Buenas noticias
En 2018, el Centro Histórico de Tlalpan fue declarado Patrimonio Cultural Tangible de la Ciudad de México. Desde ese año nacieron una serie de proyectos de parte del INAH para rescatar la esencia de los edificios que hay en la plaza.
En el Palacio Municipal se realizan una serie de trabajos que pretenden rescatar la esencia de la fachada, tal cual la pensó Rivas Mercado en su momento. Además la edificación atraviesa una restauración profunda; desde nuevas tuberías hasta una limpieza detallada de los ornamentos que hay en el predio.
Los encargados de Instituto Nacional de Antropología e Historia informaron que este proyecto está casi concluido, y que harán una exhibición pública de la nueva cara del edificio, cuando la crisis sanitaria se los permita. En resumen, cuando esta cuarentena termine podremos ir visitar una nueva cara de este icónico recinto.