Aunque en la CDMX existen muchos edificios icónicos, al sur de la ciudad, exactamente en el número 1425 de la Av. Revolución, destaca una inusual construcción que los capitalinos han bautizado cariñosamente como “La Paleta”. Se trata en realidad de lo que alguna vez fueron las oficinas corporativas de Celanese de México, cuya estructura podría pasar como una ilusión óptica ya que, a primera vista, parece que sus 12 pisos no tocan el suelo, desafiando todas las leyes de la gravedad.
Sin embargo, dicha acepción no podría estar más alejada de la realidad, ya que el Edificio Celanese echó mano de una increíble aplicación de ingeniería civil y arquitectura moderna, levantando una obra de 55 metros de altura en un espacio de aproximadamente 5 mil metros cuadrados. Integra tres de los principios básicos de la arquitectura contemporánea, estructura, forma y función, entendiéndose magistralmente como un todo.
El arquitecto encargado del proyecto fue Ricardo Legorreta Vilchis, discípulo de Luis Barragán; cuyo patrimonio arquitectónico se puede apreciar en el Papalote Museo del Niño, el Hotel Camino Real Polanco y en las restauraciones del Palacio de Iturbide y el Antiguo Colegio de San Ildefonso, por mencionar algunos ejemplos.
La pregunta del millón es: ¿Cómo un edificio “suspendido en el aire” ha resistido durante más de 50 años la intensa actividad sísmica de la Ciudad de México? Para empezar, hay que resaltar que el suelo de la zona sur de la capital es uno de los más seguros, dadas sus características volcánicas. Pero, indudablemente, los cálculos estructurales del Dr. Leonardo Zeevaert (considerado como el padre de la mecánica de suelos en México) fueron fundamentales para concretar la edificación.
Ahora bien, el diseño parte del esquema de péndulo invertido, es decir, aquellas construcciones en donde el sistema de resistencia sísmica actúa como uno o varios voladizos aislados (elemento estructural que sobresale respecto a la pared que lo sostiene), con un alto porcentaje de la masa concentrada en la parte superior del mismo. Este modelo también es visible en el Edificio Cruz del Sur en Chile o el Edificio Castelar en España.
Tomando en cuenta lo anterior, el Edificio Celanese se alzó alrededor de un núcleo central de hormigón armado que funciona literalmente como una columna vertebral, ya que es el único anclaje del inmueble al suelo. De éste núcleo hueco (aquí yacen los elevadores) se desprende una armadura con tensores de acero suspendidos hacía los extremos, de los cuales se apoyan las trabes metálicas y losas de concreto.
Esta innovadora solución estructural (todo un hito al momento de su planeación en la década de los sesenta) dio como resultado un diseño interior continuo sin muros intermedios. Algo así como una gran caja de zapatos vertical. De esta manera, ciñéndose a los principios del funcionalismo, el Celanese goza de increíbles fuentes de luz natural, gran amplitud, superficies armónicas y la posibilidad de modificar sus interiores a antojo, pues no existen columnas ni paredes que lo impidan.
En cuanto a la fachada se refiere, podemos apreciar una traza brutalista que, tal y como indican sus principios medulares; no esconde el concreto y el acero de su hechura y, muy por el contrario, los aprovecha para crear un edificio simple, honesto y funcional que se adapta a su propósito, habitantes y ubicación. Se completa con ventanas y ventanales de piso a techo, que le dan un aire sofisticado y moderno.
Alguna vez, Octavio Paz dijo que el Edificio Celanese era “una piedra hecha de tiempo” y vaya que tenía razón pues, desde 1968, se ha convertido en todo un referente urbano resistiendo, efectivamente, la implacable prueba temporal. Cuando Celanese de México trasladó sus oficinas a otro recinto, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales de México (SEMARNAT) ocupó el espacio. En la actualidad, los inquilinos de esta obra casi futurista son los empleados de la Dirección General de Bachillerato, una dependencia de la Secretaría de Educación Pública.