Hasta el día de hoy, el Edificio Basurto está acordonado, y su majestuoso interior está sellado incluso para los “afortunados” que viven ahí. Las ventanas abiertas y los vidrios rotos dan una sensación de abandono, de tiempo suspendido, que para quienes tienen la suerte de conocerlo es francamente preocupante. Todas las edificaciones dañadas por el reciente temblor fueron una pérdida, pero esta nos hubiera dolido un poco más (porque un edificio que tiene nombre no es cualquier edificio).

Arquitectónicamente, el Basurto ostenta una colección de características que lo hacen único: una enorme planta en cruz; la elegante y afortunada combinación entre rectas y curvas de su fachada e interiores; una espectacular manipulación de la luz gracias a su perfecta orientación; vistas excepcionales; una ventilación natural planeada minuciosamente; y, al fondo, una escalera helicoidal que se eleva catorce pisos hasta un tragaluz, quizá una de las escaleras más hermosas del mundo.

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Basurto

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Sobre la escalinata de este edificio hay mucho que decir, pero tal vez es mejor simplemente verla, transitarla, asomarse por sus numerosos balcones. De la misma raíz que la palabra hélice, “helicoidal” hace referencia a una forma que dibuja órbitas; la silueta del ADN también la describe muy bien. Así, el espacio abierto hasta una ventana superior que deja entrar la luz y las curvas repetidas de sus escaleras crean un espacio magnánimo y un poco extraterrestre, uno que muchos desearíamos habitar, o al menos visitar de vez en cuando.

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Entre tantas construcciones anónimas (algunas incluso notables), pocos edificios penetran en el imaginario urbano y son dotados con un nombre propio. El Basurto, es uno de ellos. Construido atendiendo especificaciones para una zona de alto riesgo telúrico, su estructura de acero y concreto se levantó entre 1942 y 1945, y es la obra cumbre del arquitecto Francisco J. Serrano, además del broche de oro del Art Decó mexicano (en su variante Streamline Moderne). Su nombre proviene de la familia que previamente habitó el predio donde se construyó, la familia Basurto, que encargó el proyecto, para después vender los departamentos a la gente que pudo comprarlos —en un época en que el poder, la vanidad y el prestigio se medían por el piso en el que habitabas.

Dos años después de su creación, el Basurto comenzó las duras pruebas que sólo el tiempo da, y ha sobrevivido (al igual que la Torre Latinoamericana) tres de los más intensos terremotos que han sacudido a la Ciudad de México: 1947, 1985 y 2017. El primero le hizo, como se dice en México, “lo que el viento a Juárez”. El segundo lo dañó, pero no al punto de no ser rescatable reforzándolo; el edificio lo valía, entre otras muchas razones, por su hermosa geometría.

basurto

El Edificio Basurto va a ser restaurado una vez más; así, podemos decir con seguridad que esta construcción tiene “buena estrella”, que nació con buenos augurios, pues seguirá siendo un monumento que sobrevive entre el Parque México y la Plaza Popocatépetl, un hito que nos recuerda el espíritu de una ciudad que, más que por sus sismos y terremotos, se caracteriza por su capacidad de resiliencia y reconstrucción.