Las ciudades son mundos de asfalto. Los árboles que adornan sus parques y avenidas son recuerdos breves de un sitio vegetal perdido. Entre el paisaje de aluminio, vidrio, metal, plástico y cemento, las hojas son seres preciados y los árboles, por poquitos, destacan. Nuestra mancha urbana tiene sus árboles, contados y hermosos; los hay a montones (cada vez más breves) en el bosque de Chapultepec, sobre el Paseo de la Reforma o en los barrios afortunados que los tienen altos, frondosos, decordando sus banquetas. Algunos son de aquí y otros –como las jacarandas–vienen de lejos, aunque llevan tanto tiempo en estas calles que son más de este sitio que de otros lados.
Ésta es la historia de cuatro árboles (de entre esos tantos) que explican bien esta ciudad. Un baobab que asoma sus ramas altísimas en un edificio de cristal en medio del Periférico; una palmera tropical (ya extinta) a la mitad de una avenida; un ahuehuete milenario, testigo de las lágrimas de una conquista y un árbol lleno de barro.
Árbol de la noche triste
Calzada México Tacuba, esquina con Mar Blanco, Popotla
Cruzando circuito, todo recto hacia el oriente, Ribera de San Cosme se transforma en la Calzada México Tacuba. La calle polvosa, ancha y repleta de comercios, sigue una línea casi recta que choca directamente con un árbol, que es más recuerdo que árbol completo. En el mapa aparece como Árbol de la noche victoriosa, aunque en el recuerdo cotidiano, es el Árbol de la Noche triste.
Después de un debate largo, varios historiadores concluyeron, durante el porfiriato, que éste es el ahuehuete sobre el que Hernán Cortés lloró la derrota de la batalla contra el imperio azteca. A varios kilómetros los guerreros aztecas celebraban su victoria, un 30 de junio de 1520. En 1980 el árbol se incendió quedando en esqueleto. En la jaula de barrotes construida por el municipio, permanecen su tronco nudoso con algunas ramas chatas, y una que otra enredadera.
El Baobab de Periférico
Boulevard Manuel Ávila Camacho 184, Lomas de Chapultepec.
En el número 184 del Periférico, piso nueve, hay un árbol que lleva más de 20 años observando el tráfico. Sus ramas ya van por el piso 14, y para muchos paseantes es referente del norponiente de la ciudad. Todo empezó cuando al arquitecto Víctor de la Lama se le ocurrió plantar un baobab en el balcón de su oficina, un edificio con sobrios cristales grises de 18 niveles. El baobab creció hasta poner en peligro a su maceta original, que fue remplazada por un macetón de dos metros de diámetro que contiene sus raíces.
El árbol recibe meticulosos cuidados para que no se extienda demasiado y ponga en riesgo la estructura. Además, tiene un sistema de autoriego que se encarga de hidratarlo y mantenerlo sano, creciendo entre el vidrio y asfalto.
La Palma de Niza
Paseo de la Reforma, esquina con Niza, Juárez.
En todo el Paseo de la Reforma, la única glorieta que no lleva un prócer, tenía un árbol. La palma de Niza llegó más por casualidad que por intención. La glorieta que la sostenía fue construida para una escultura de Miguel Hidalgo, que sería instalada junto con el Ángel, en el centenario de la Independencia. Mientras llegaban las esculturas plantaron una palmera para que la glorieta no luciera vacía. La escultura de Hidalgo no llegó; dejaron a la palmera en su glorieta, a la que planeaban ponerle otra escultura en el bicentenario de la independencia, que no llegó tampoco.
La palmera ya era un símbolo habitual, tanto que nadie reparaba en lo peculiar de un árbol tropical instaurado a la mitad de una avenida. La pregunta es: ¿qué pasará con el supuesto ahuehuete que lo reemplazó? Nosotros no vemos que florezca, y mientras tanto, sigue bardeado. Esa barda se ha convertido en un símbolo de protesta, y la glorieta es ahora mejor conocida como “la glorieta de los desaparecidos”.
Árbol de la vida
Hidalgo 289, Del Carmen, Coyoacán.
Un árbol que no es verde, sino barro. El Árbol de la vida es emblema del Museo Nacional de las Culturas Populares y un ícono de Coyoacán. Está pintado de colores y mide cinco metros de alto; fue creado por José Alfonso Soteno Fernández en 1992. La escultura celebra los 500 años de los viajes de Cristóbal Colón y en sus partes lleva pasajes de la historia indígena y detalles de la ideología española y la negra.
La escultura es de barro y fue transportada desde el lugar de esta tradición por excelencia, Metepec, Estado de México.
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