La mariposa de la muerte se le llama. Puede medir lo que la palma de una mano y abre las alas cafés, apenas tornasol, holgadamente. Tiene el cuerpo grueso y áspero, antenas onduladas y ojos de cualquier otro insecto nocturno. La mariposa negra (Ascalapha odorata) ha sido protagonista del horror en el imaginario colectivo por mucho tiempo, y su población ha disminuido debido a esta quimera.
Para los mesoamericanos, la mariposa negra estaba relacionada con el Mictlán, el lugar de los muertos. Sus nombres eran mictlanpapalotl, la mariposa del país de los muertos; micpapalotl, mariposa de la muerte; miquipapalotl, mariposa de mala suerte o tetzahupapalotl (mariposa del espanto). Aún dicen que es venenosa, que desprende de sus alas un polvo finísimo que podría dejar a uno totalmente ciego. Dicen que si se aparece en tu puerta es señal de que el mal o la muerte andan cerca. Un malísimo augurio.
A estos insectos infames es urgente regresarles su lugar. Su importancia es inminente: forman parte de la familia Eribidae, un género de polillas que ayudan a polinizar plantas y flores durante la noche. Como los murciélagos. Ser precisos al nombrar la fauna y flora que nos rodea es importante para su conservación. Es cederles un espacio que nos da cierta intimidad con ellos y cuando además lo compartimos, contribuimos al entendimiento de las especies.
No cuidamos lo que no conocemos, y si bien los mitos tienen la (necesaria) función de anclarnos al mundo y hacer más llevadera e interesante la realidad, hay algunos de los que hay que urgentemente deshacernos, pues la biodiversidad depende de ello. Así como sucede con la tarántula, que no es terrorífica sino dócil, o el tlacuache, que es a menudo confundido con la rata, cuando veamos a este insecto aferrado torpemente a la pared de nuestra sala, hay que mantenerla viva.
Gracias al Maestro en Ciencia Rafael Silvio por su ayuda en esta nota.
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