El DF que extrañamos es una serie de textos publicados originalmente en dF con Historia (2010), de la colección Guías dF por Travesías, que ahora es Local.mx. En la serie 11 escritores capitalinos –nacidos aquí o adoptados con cariño y méritos– nos respondieron una misma pregunta: ¿Qué recuerdas con más cariño de la ciudad de México que ya no existe?
José Luis Paredes Pacho, ex baterista de la Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio nos habla de los lugares más importantes para él en los ochenta.
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Como rockero los lugares más importantes para mí fueron el Tutti Fruti, un bar punk de principios de los años ochenta que estaba en Lindavista, arriba del Apache Catorce; La Última Carcajada de la Cumbancha (lucc), desde luego; otro lugar importante fue el club de jazz El Arcano, que estaba en Coyoacán; La Rockola, anterior a Rockotitlán, y el Bar Nueve. No soy una persona demasiado nostálgica, pero sí celebraría la década de los ochenta, ese sentimiento generacional de estar construyendo espacios para la música, el arte; espacios que eran multidisciplinarios como el Nueve o el lucc —hacían performance, presentaciones de revistas, de libros—; lugares como La Panadería, donde se cruzaban disciplinas que ahora ya conquistaron su espacio y su derecho a existir. Da gusto recordar esa época en la que los lugares vinculaban intereses muy diversos, donde casi todos los que teníamos curiosidad por lo nuevo, por lo propositivo, por la novedad o la disidencia estética o cultural coincidíamos: teatro, danza, rock, performance, inauguraciones. Esta posibilidad de escenarios multidisciplinarios ya no existe: los circuitos ya no se tocan. Es un cambio que apela a la geografía y personalidad de la ciudad, y a una cuestión generacional. Creo que ése fue el sello de los ochenta y los noventa. También la dignificación de los espacios fue parte de los ochenta; gente de las propias comunidades abría espacios para los artistas; eso fue La Rockola, El Arcano, El Hijo del Cuervo —que se vinculó al rock: ahí empezó Botellita—. El hoyo fonqui no era regenteado por gente interesada en el rock, sino por gente corrupta asociada con las autoridades, que por esa razón podía acceder a un galerón en algún barrio bajo y hacer toquines sin condiciones para el público ni para los artistas. Para nada tenían un aura alternativa para los músicos, aunque en ellos se refugió el rock en una época.
La gente de La Rockola y El Arcano no eran mercenarios corruptos, sino gente de la comunidad que hacían las cosas para que funcionaran bien, para que el público lo pasara bien, para que el artista sonara bien; hasta el Nueve, que era un lugar ridículamente pequeño, o el Tutti Fruti, que estaba en el ático de un restaurante con techo a dos aguas, también muy pequeño. Pero el espacio se acondicionaba para que la gente la pasara bien. Esto se potencia en 1985, en los conciertos te encontrabas a Alfonso Cuarón, Claudia Ramírez, Daniel Giménez Cacho, por mencionar algunos nombres de gente que destacó en su ramo: era un público joven que venía de distintos sectores, pero que confluía en los conciertos de rock o en el teatro. Habría que añadir Santa María la Ribera, donde el Chopo tenía un papel importante, y el tianguis del Chopo en su momento, donde gente que tenía inclinaciones artísticas y culturales contaba con éste para vincularse. En el tianguis, yo compraba música cuando no me alcanzaba para ir a las tiendas de discos. Llegué a ir al Disco Ser, que estaba junto al lucc, antes de que el lucc existiera, desde luego. Yo viví en el Edificio Ermita desde los 16 años. Es un lugar con gratas memorias. En mi departamento grabó su primer largometraje Alfonso Cuarón, que se llama Cuarteto para el fin de los tiempos. Con Maldita Vecindad grabamos videos. Yo viví ahí casi hasta los noventa.
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