En 1927 había 56 relojes públicos en la Ciudad de México, todos tenían que marcar la misma hora. De hecho había una entidad especial dentro de la Dirección General de Obras Públicas encargada específicamente de controlar que así fuera, eran ellos los encargados de “unificar el tiempo” en la ciudad.
Las iglesias y los edificios gubernamentales tenían entre muchas funciones la de hacer públicas las horas del día. Muchos de ellos se caracterizaron por su arquitectura pero también por el sonido que emitían cada cierta hora. Las campanadas se podían escuchar desde la distancia y ese sonido se volvía esencial para la persona que tenía los minutos contados para llegar a su cita.
Para los capitalinos era importante el tener relojes públicos, los vecinos y los propietarios de lugares que se tenían que acotar a ciertas reglas de horario como las pulquerías los solicitaban. Sebastián Rivera en el artículo de Los relojes públicos y la unificación social del tiempo en la ciudad de México escribe que “los propietarios de las pulquerías los solicitaban para que los inspectores no los multaran por cerrar después de lo permitido, los religiosos necesitaban relojes para llegar a sus ceremonias sin atrasos, los viajeros para no perder su transporte y los trabajadores y artesanos para no llegar tarde o para que no los obligaran a quedarse más tiempo en las fábricas”.
Todas las ciudades tuvieron un reloj en sus torres, como si no bastara tener la hora personal y tuviéramos la opción de sumar la hora ciudadana, la hora democratizada. En la Ciudad de México está el reloj chino de Bucareli o el reloj otomano del Centro Histórico, ambos regalos carísimos de esos países a México. Al parecer dar la hora exacta desde lo alto de una torre fue símbolo de generosidad. Estos relojes siguen allí pero ya no dan la hora exacta, y a nadie le parece importar. Son recuerdos impregnados de nostalgia (he ahí su generosidad), y lo de menos es que cumplan su función. Porque ya todos tenemos la hora en el bolsillo. Porque la democracia ha cambiado de una cara mecánica a una de cristal líquido. Y está bien.
Estos son algunos de ellos:
- Museo de Geología
El Museo de Geología alberga todo tipo de fósiles en vitrinas profirianas, de cristal y madera: estalactitas, piedras preciosas, minerales, meteoritos, esqueletos de animales antiguos, grandiosos. Esta hermosa casona porfiriana de Santa María la Ribera tiene en su fachada un reloj que dicta la hora en la colonia.
En el centenario de la Independencia de México, la comunidad otomana dio como regalo este reloj que suena cada quince minutos. Una parte tiene números arábigos y la otra números hindús, los cuales son usados en el Medio Oriente. En la parte de arriba tiene un Salomón que representa Líbano, un media luna con estrella que simboliza a Turquía y en el centro el escudo de México. Cada quince minutos uno puede escuchar las tres campanas que suenan en la esquina de Venustiano Carranza y Bolívar en el Centro Histórico.
Pedro Ramírez, el mismo arquitecto que diseñó la basílica fue el encargado, también, de crear el Carillón del atrio de la Basílica. Este enorme campanario tiene un reloj astronómico, un reloj de manecillas, uno solar (que marca las horas con una sombra proyectada en el suelo) y el calendario azteca, en el cual se pueden ver los tiempos de siembra y cosecha. Este campanario tiene 48 campanas que pueden entonar desde himnos religiosos hasta canciones.
4. Torre de reloj en el Parque Lincoln
La Torre del Reloj del Parque Lincoln es un símbolo de la colonia Polanco. Fue construida en 1937 por el arquitecto Enrique Aragón Echegaray con la idea de albergar un palomar y una fuente de sodas. En su momento tuvo más de tres mil nidos repartidos en la gran torre y aunque esto sí funciono (por un tiempo) después se transformó en una enorme maquinaria de reloj que hoy conocemos como la Galería Torre de Reloj. Aquí uno puede encontrar exposiciones temporales de pintura, fotografía y escultura.
5. Torre Latinoamericana
En 1968, como parte de los Juegos Olímpicos, el presidente Díaz Ordaz inauguró el reloj del piso 38 de esta torre como otro gesto más de la aclamada modernización urbana. Aunque el reloj estuvo allí desde 1956, esta fue su presentación oficial. Por años esta fue la hora referente de los capitalinos. Todos volteaban a verlo –como el faro que es– y ajustaban la hora de sus relojes de bolsillo, de muñeca. Una década después fue reemplazado por uno más pequeño y más alto. Como gastaba mucha electricidad, en los 80 la hora desapareció del paisaje y así estuvimos casi 20 años. Hace poco más de un año llegó el tercer reloj de la Latino. Ahora en forma digital, igual de preciso, igual de generoso.
6. Palacio postal
Este reloj fue importado de Alemania y ensamblado en México desde la inauguración del Palacio de Correos en 1907. En la torre principal de la construcción se encuentra este instrumento que combina mecanismos de cuerda con aparatos eléctricos y transmisiones hidráulicas con poleas, contrapesos y cables. Así como el edificio, este reloj monumental, también ha tenido que pasar por varios procesos de mantenimiento, el último sucedió en 1996.
El Reloj Floral, emblema del Parque Hundido, lo hizo una prestigiosa relojera de Puebla llamada el Centenario de Zacatlán en 1977. Mide 78 metros cuadrados y su carátula es de 10 metros de diámetro. Tiene un carrillón musical que da campanadas cada hora, y cada media hora interpreta las melodías: “México lindo y querido”, “Cielito liindo”, “las sobre la olas”.
8.Reloj Chino
El reloj chino de Bucareli fue un obsequio carísimo que el último emperador chino hizo a la Ciudad de México. Celebraba el centenario de la Independencia. Pocos años después, durante la Decena Trágica, el reloj se dañó por cañonazos que los rebeldes dispararon desde la Ciudadela. Un aire belicoso persigue a este reloj público, que se encuentra frente a la Secretaría de Gobernación, que ha pasado a ser sede de desencuentros entre el gobierno y el pueblo.