Hay varios sures en la Ciudad de México. Existe un sur rural y boscoso, que comprende los pueblos de San Pedro Mártir y Santo Tomás Ajusco, y que sirve como uno de los límites imaginarios de la ciudad. Está el sur que no olvida su origen lacustre, en Xochimilco, donde encontramos el restaurante Los Manantiales, diseñado por Félix Candela; su estado actual denota un creciente abandono. También está el poco vistoso sur, zona de ex ejidos y casa del emblemático Rockotitlán, el cual cerró sus puertas en 2004. Sobrevive el centro comercial Zapamundi, una especie de stripmall mexicano cuyo anuncio de colores cristaliza la necesidad en esta zona de anunciar todo en tono chillón. No olvidemos el apresurado sur de Villa Coapa, que no vio venir la vorágine comercial que hoy ocupa la avenida Canal de Miramontes. Más que tratarse de urbanismo correcto, pareciera ser un laboratorio de experimentación para mercadólogos. Por último, está el sur pétreo, el de los aparejos de piedra volcánica y calles empedradas. Éste es el sur estelar, el que comprende los barrios de Coyoacán y San Ángel, y que hoy se enfrenta a una acelerada densificación y readaptación de usos.
Pese a la polémica, la reconstrucción de la Cineteca Nacional —autoría de Michel Rojkind— ha inyectado nueva vida al recinto original de Manuel Rocha y ha reanimado el equipamiento cultural de una zona que, en cuestión de pocos años, albergará a gran cantidad de citadinos en eficientes rascacielitos, que a veces parecen tablas de Excel. El despacho de su hijo, Mauricio Rocha, complementó el proyecto con un improvisado Museo del Cine en 2014. Desde su inauguración, la ocupación de la Cineteca ha sido un triunfo (aunque su realización no lo haya sido tanto).
A pesar del auge en la construcción de centros comerciales, el sur aún es una de las zonas de la ciudad con más librerías. A las de viejo ubicadas en Miguel Ángel de Quevedo y avenida Universidad se les han sumado el Centro Cultural Elena Garro, obra de Fernanda Canales y José Castillo, así como la Librería del Fondo de Cultura Económica Octavio Paz, renovado eficientemente por la arquitecta Frida Escobedo. La librería El Sótano, en Miguel Ángel de Quevedo no cedió su predio ante la construcción de un enorme centro comercial y se mantiene en su ubicación original y al margen del progreso.
Sin ser una zona pujante en novedades, el sur alberga grandes ejemplos de arquitectura residencial en todas sus manifestaciones. El urbanismo experimental del Pedregal, donde la piedra volcánica era empleada en muros y fachadas, coincidió con el impulso de hacer grandes desarrollos residenciales en los años cincuenta. Destacan, entre numerosísimos ejemplos de arquitectura “regionalista”, la Casa Prieto (ahora Casa Pedregal), de Luis Barragán; la Casa Estudio Max Cetto (la primera construida en la zona); la Casa Morán, de José María Buendía, y la Casa Gálvez, de Antonio Attolini Lack, “el Richard Neutra mexicano”. Otras casas también, tristemente, han desaparecido, como la Casa Chávez-Peón, de Francisco Artigas.
Cerca de ahí está el barrio virreinal de Chimalistac, que representa a la Ciudad de México en su faceta más correcta. Su Paseo del Río (que alude al vestigial río Magdalena) conduce a la Capilla de San Antonio de Padua, retratada en un lienzo de José María Velasco de 1861, que se exhibe en el Museo Soumaya. Se trata del inicio perfecto de una caminata que comienza en avenida Universidad, en la calle Vito Alessio Robles —una de las más perfectas en esta ciudad—, donde Francisco Artigas tanteó las aguas para saber qué se sentía ser Mies van der Rohe a la mexicana, al diseñar el edificio que funcionó como sede del Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas (CAPFCE). La referencia a la arquitectura alemana no es fortuita: Hannes Meyer, arquitecto alemán que fue el segundo director de la Bauhaus de Dessau y el primero del CAPFCE, llegó a decir sobre el sur de la ciudad: “Todo aquí es vulkanisch”.
San Ángel parece repeler los persistentes deseos de “actualizar” el aspecto de la ciudad. Ahí, lo nuevo desentona: hay una mezcla de historia y ostentosidad que vuelve incoherentes gestos novedosos, como fachadas de vidrio o jardines verticales. Aunque el Mercado del Carmen pretende emular al Mercado Roma, la zona no cede tan fácilmente a las poses de lo hipster. Frente al restaurante San Ángel Inn (antigua sede, entre otros usos, de las escuelas de Arquitectura e Historia del Arte de la Universidad Iberoamericana) se encuentra la Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, una especie de poema al “siglo corto”, que Juan O’Gorman proyectó en la época de “la máquina para vivir”. El estudio es testimonio de que en México ha existido la tradición de copiar lo nuevo. Hace un par de años, después de una larga y minuciosa restauración —que fue prácticamente reconstrucción—, abrió al público la Casa O’Gorman, la primera de tres casas construidas para su padre, Cecil O’Gorman, quien nunca la habitó. San Ángel es también escenario de proyectos residenciales frescos, como la Casa Arturo, del despacho DCPP.
Cuando se habla del legado olímpico en la ciudad, se suele mencionar la Ruta de la Amistad o los pictogramas del diseñador gráfico Lance Wyman, pero no la bellamente resuelta Villa Olímpica, obra del arquitecto Manuel González Rul, ubicada cerca de la Zona Arqueológica de Cuicuilco. De apartamentos amplios y con vistas generosas, el complejo habitacional es un referente que los nuevos desarrolladores podrían voltear a ver.
Rumbo a la Magdalena Contreras está el Conjunto Habitacional Unidad Independencia, del arquitecto Alejandro Prieto Posadas. Aunque gran parte de su equipamiento ha caído en desuso, éste no descuida ninguna de las preocupaciones de la modernidad, como dotar a sus residentes de polideportivos, casas, edificios de departamentos, supermercados y hasta un cine, La Linterna Mágica, que se encuentra ahora abandonado y pide a gritos una pronta intervención.