La danza contemporánea de Diego Vega Solorza no es solo una expresión de movimiento; es un ejercicio de reflexión profunda que nos invita a cuestionar los códigos que rigen nuestras vidas. Originario de Los Mochis, Sinaloa, Diego ha encontrado en la coreografía un medio para explorar temas como la masculinidad, la violencia y la identidad a través de un lenguaje que trasciende lo explícito y se sumerge en la ficción y el simbolismo.
En su obra Basoteve, que se presentó en Art Basel Miami Beach 2024 de la mano de LLANO, Diego aborda la masculinidad como un disfraz aprendido, una construcción cultural que limita la libertad de ser y de imaginar. Utilizando elementos como una silla de montar —símbolo central en su coreografía—, el artista conecta su experiencia personal con una crítica hacia los prototipos de género impuestos, revelando las tensiones y contradicciones que estos generan.
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El trabajo de Diego también se distingue por su capacidad de romper con los límites tradicionales de la danza contemporánea. Sus piezas no solo habitan escenarios convencionales, sino que dialogan con la arquitectura, la escenografía, el cine y otras disciplinas artísticas. Este enfoque interdisciplinario le permite expandir la narrativa del cuerpo y crear experiencias que trascienden el movimiento, invitando al público a construir nuevos imaginarios desde la individualidad y la flexibilidad.
A lo largo de su trayectoria, Diego ha cuestionado las estructuras históricas de la danza en México, proponiendo caminos alternativos para repensar el legado artístico y cultural. Su práctica, que combina técnica, intuición y una profunda conexión con sus raíces, lo ha llevado a convertirse en una de las voces más relevantes de la danza contemporánea en el país.
En esta entrevista para LOCAL, Diego Vega Solorza nos comparte su visión sobre el poder de la danza para reflejar y transformar, así como su proceso creativo y las motivaciones detrás de su trabajo. Un recorrido íntimo y revelador por la mente de un creador que utiliza el cuerpo y el espacio para desmantelar lo normativo y proponer nuevas formas de habitar el mundo.
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¿Cómo influye tu origen en tu visión artística y en obras como Basoteve?
Creo que influye de forma inevitablemente. Siempre dejo en cada una de mis obras una parte de lo que soy. A veces sucede de forma muy consciente, a veces no tanto, pero estoy seguro de que es imposible que el arte no sea el reflejo de eso que somos y de la manera en la que entendemos y nos relacionamos con el mundo.
Mi contexto de vida funciona siempre con un impulso para lo creativo. Mi danza y mi coreografía no son más que inquietudes, deseos, reflexiones y descubrimientos sobre ciertas cosas las cuales comprendo o significan algo para mí a partir de cómo me relaciono con ello desde el conocimiento, pero también a veces desde la lejanía y eso es contextual, lo que sabemos o ignoramos.
Tu trabajo explora la danza más allá de sus espacios tradicionales. ¿Qué te llevó a buscar estos formatos alternativos y cómo crees que expanden el lenguaje de la danza?
Ha sido muy genuino mi encuentro con otras artes, me había relacionado como observador anteriormente (previo a la danza) con la pintura y la plástica, lo visual, las letras, la música, etc. Siempre he sido muy curioso y es eso lo que me ha llevado a poner atención e interesarme en intentar entender otras formas de hacer y construir algo: narrativas, lenguajes, símbolos. Hacía fotografía de forma autodidacta en mi adolescencia, me apasiona la imagen, entonces la manera en la que comprendo la danza nunca ha venido sola, siempre la danza viene acompañada de otros cruces disciplinares, me es inevitable imaginarla sin que dialogue con eso “otro”.
También me sucede que colocar la danza siempre en relación con otras disciplinas me permite comprenderla mejor y descubrirla de otras maneras lo cual siempre será interesante porque es en esa exploración y experimentación que voy obteniendo más información sobre la capacidad del cuerpo de moverse, expresarse y generar movimiento propio o al menos mantener viva la curiosidad hacia descubrir nuevas maneras de aproximarme a la danza y la creación desde el cuerpo.
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En Basoteve, la masculinidad se presenta como un disfraz aprendido y construido. ¿Cómo fue el proceso de transformar esta reflexión personal en una obra coreográfica?
Llevo un tiempo largo reflexionando sobre la masculinidad. Es algo que me atraviesa de forma directa. Desde siempre, como un legado cultural. Mi expresión de género es masculina y eso me ha colocado en un lugar en el mundo en dónde, desde ahí, he decidido comenzar a echar un vistazo. Identifico que la hetero normatividad niega eso “otro”, señala y rechaza (siempre) lo que no opera bajo su lineamento, acusando de enfermedad, desviación, perversiones y una serie de conceptos muy graves a todo aquello que difiere de sus ideales y eso lo que ha provocado históricamente la violencia, la represión y una manera muy lástima de reducir la libertad a la auto percepción de nuestra propia identidad y expresión de género y sexualidad. Es básicamente lo que quiere erradicar: La libertad a decidir la manera en la que de forma individual nos identificamos y somos.
He pensado mucho en que la masculinidad está tan construida que parece un disfraz; se ha aprendido, se ha decidido y está dotada de un diseño preciso y exacto sobre cómo relacionarse y ser y en ese ejercicio de imponerse como una totalidad no logra ver (la masculinidad) que ese carácter impositivo agrade todo eso que no se identifica y se refleja en su estructura. Lo que quiero decir es que a la comunidad LGBTIQ+ se nos acusa de disfrazarnos y transformarnos en eso que somos o deseamos ser, insinuando que la “naturaleza” (un concepto con muchas contingencias, por cierto) no empata con otra cosa que no sea esa idea binaria y hetero normativa impuesta, cuando en realidad la masculinidad es también es una forma de disfraz.
Se nos niega la libertad a inventarnos a construirnos a travestirnos por el deseo de buscar y encontrar quienes somos, de explorar y descubrir la capacidad tan genuina que tenemos de representarnos. Pero sobre todo, más allá de un sentido físico o estético sobre lo que aparenta ser la masculinidad, lo grave es la línea que desdibuja en términos de derechos humanos. Atentan a mucho de lo que representa salud y cuidado personal.
La silla de montar, un objeto central en la obra, tiene un gran peso simbólico. ¿Cómo este elemento conecta con la temática de las masculinidades y la violencia?
Comencé a imaginar un objeto por el interés que tengo de recuperar o jugar con ciertos códigos de creación emblemáticos de la danza moderna y colocarlos en mi obra pensándolos desde cierta actualidad. En ese sentido la escenografía es uno de ellos, desde hace ya algunos ejercicios coreográficos llevo intentando repensar la escenografía como un arquetipo o elemento de presencia arquitectónica. Me cuesta explicarlo, pero la escenografía en esencia se piensa como un relieve que propicia cierto desarrollo de los cuerpos y establece parámetros del tiempo y el espacio en la escena, lo cual es bastante similar al ejercicio de la arquitectura. Es verdad que también la escenografía puede pensarse como una herramienta que apoya el imaginario colectivo, sobre todo desde lo visual y pensándolo así, se parece también al comportamiento de cualquier otro objeto. Solemos depositar creencias y significados en los objetos. Entonces, quería experimentar con el diseño de un objeto que reflejara la presencia del elemento o dispositivo escénico que nos diera posibilidades de desplazamientos, enmarcara el espacio, la altura, textura, pero que también nos diera un contexto específico, en ese caso, una silla de caballo nos remonta a un rancho y es ahí en dónde comienza el ejercicio de autoficción.
La silla es clave para la caricatura del tipo de masculinidad que se vive al norte del país y en Sinaloa. Los rancheros son una estética clara para comprender la cultura sinaloense.
La idea de la silla es bastante personal. Es casi anecdótico. En BASOTEVE (el rancho en dónde mi abuelo y abuela materna vivieron), se llevaban a cabo una serie de distintas actividades entre ellas la de montar a caballo. Es un recuerdo bastante vivo en mí por el miedo que representaba la idea de montarlos. La manera en la que la obra se conecta o por lo que decidí que una silla de caballo fuera el elemento principal de la pieza de danza, es a partir de la experiencia propia ligada a una especie de ritual de iniciación en dónde se celebra que a determinada edad, los hombres/niños están preparados para montar a caballo y una de las características o lo que define que están listos, es la masculinidad. No es algo que se exprese así, claro, pero es evidente que de eso se trata. Se evalúan características físicas y de destreza con una idea muy particular sobre cierta virilidad. Las infancias reproducen los gestos y la manera en la que se desenvuelven los hombres adultos al montar el caballo, es una especie de reproducción o intento de demostrar que el código de esa masculinidad que te permite dominar la actividad física, está en ti de forma “natural”. No se trata de un ejercicio opcional en el que de manera individual te podrías relacionar con la acción o generar una experiencia propia; se trata de reproducir con exactitud un comportamiento, un ademán, un gesto, una energía. En este caso, evidentemente el prototipo a cumplir atiende una hipermasculinidad. Es entonces que la silla de caballo se convierte en el símbolo que vendrá cargado de esa historia personal de un miedo no solo al encuentro con el animal, naturalmente, sino a la insuficiencia de no habitar la experiencia (montar) desde el comportamiento esperado en cierto sector cultural, pero que también funciona como un detonador para comenzar el diálogo sobre las masculinidades y como las habitamos o que significan.
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En la obra mencionas la relación entre la violencia y la arquitectura. ¿Podrías ahondar en cómo los espacios físicos y utópicos dialogan con tu coreografía?
Claro. Desde la danza, reflexiono mucho sobre la importancia de los espacios. La arquitectura, aunque no soy un experto, me ha ayudado a comprender la idea de “espacio” como algo que se genera de forma física, pero también desde lo que imaginamos. La coreografía y la danza están dotadas de esa capacidad de imaginar espacios que no existen físicamente o en teoría existen, pero no son evidentes. Pienso que la manera en la que nos relacionamos con las cosas/ los objetos, es sumamente importante para nuestra experiencia de vida, incluso desde lo cotidiano. Creo fielmente que todo eso que detona un imaginario nos permite profundizar en relación a quienes somos e incentiva nuestro desenvolvimiento de forma individual. Es importante tener espacios de imaginación en dónde podamos desplazarnos con libertad y fomentemos fantasías y sueños.
En ese sentido, pienso que los objetos son detonadores de imaginarios, pero sobre todo, permiten descubrir nuestra fiscalidad y la corporalidad con la que nos desenvolvemos en relación a nuestra interacción con ellos. Comprendemos el mundo a partir de eso que hemos imaginado previo a codificarlo, entonces, la relevancia que toma la libertad con la que una persona se desenvuelve o se estimule desde el contacto con un objeto, es enorme. Define mucho de nuestra identidad y de la manera en la que nos relacionaremos con el mundo. Es también que de ahí surgen lenguajes, gestos que son comprendidos y relacionados y justo eso es algo principal en BASOTEVE, pues en la obra se enfatiza en cómo es que la masculinidad se ha encargado de diseñarse totalmente, no es permisiva, por consecuencia ya comprende con claridad cuáles son sus propios comportamientos y su lenguaje, el cual no solo es poco flexible, sino que no es tolerante con aquello que se mueva diferente. Ese pensamiento ataca y atenta hacia quienes intentan encontrar e imaginar sus propios espacios y los interrumpen desde el señalamiento, quizás la burla o la vergüenza.
Yo, de niño, por ejemplo, imaginé cosas terribles al pensarme montando un caballo y sin silla, pero aún más por saber que no podría cumplir con el desenvolvimiento esperado por la mirada externa. Me aterraba la idea de que pudieran descubrir que no era lo suficientemente varonil como el resto de los niños, pero monté con silla y eso no solo me animó a enfrentar el miedo, sino que generó mi encuentro con un objeto que propició en mí algo desconocido, un imaginario y una forma de moverme que no sabía que existía, pero que vino de un lugar muy profundo y genuino. La manera en la que me desenvolví no solo la recuerdo como una de mis primeras experiencias de descubrimiento sexual sino también como uno de mis primeros episodios de represión. Lo que pudo ser un espacio de seguridad, de imaginación, de libertad corporal se convirtió en vergüenza. Se me señaló por la manera en la que me comporté a partir de lo que la silla detonó en mí. La mirada externa interrumpió mi espacio de imaginación, mi fantasía y de descubrimiento, con su reprensión, con su castigo, con su prejuicio al no atender su idea de masculinidad.
La estética del cine de horror se incorpora como un prólogo visual en Basoteve. ¿Por qué elegiste este lenguaje y qué buscaste transmitir con él?
Creo que el concepto de “ficción” es la representación más noble y audaz de lo explícito. Apuesto mucho por la ficción como una manera de dialogar con mi público, el cual se permite intentar comprender mi propia manera de ver el mundo y la forma en la que lo expreso. Me parece una herramienta muy funcional. La ficción provoca sensaciones las cuales al suponer no ser reales, aunque las podemos asociar, nos deja entrar de forma profunda en universos que pueden complejizarse y ahondar en lo humano, lo emocional, lo místico, lo social, pero desde un lugar quizás de menos responsabilidad y mucho más de reflexión, lo cual confió podría ser el inicio a la conciencia.
Hace años, recibí la invitación para ser el coreógrafo de Huesera, una película mexicana de horror corporal. Cree un monstruo con muchos cuerpos de bailarinas. Fue una gran experiencia, un reto enorme, el proceso fue complejo y además un terreno desconocido para mí, completamente. Fue la primera vez, además del Butoh, que pensé la danza desde ahí, desde el horror físico. A partir del aprendizaje, si bien bastante técnico en general, me sorprendió una vez más la capacidad del cuerpo para habitar un lenguaje y provocar imaginarios. Desde entonces pensaba constantemente en cómo sería llevar ese horror corporal a la escena así que creé un personaje que llamo “La Violencia”, funciona como un prólogo de la obra coreográfica y una herramienta visual que representa la presencia del terror social desde esa artificialidad que le permite a quien observa, acercarse.
También acudí a la estética del cine de horror como respuesta a mi necesidad de querer experimentar con códigos que se reconocen con claridad en otras artes y volcarlos a la escena. El trabajo plástico y visual del personaje, se creó en colaboración con el artista multidisciplinario Mauricio Ascencio quien diseñó el vestuario; una máscara y tacones que no terminan de vestir el cuerpo desnudo del bailarín Héctor Valdovinos y el diseño de maquillaje corrió a cargo de la artista Karen Ecdisis especialista en maquillaje de horror y creación de sangre artificial para cine.
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Tu trabajo cuestiona los códigos históricos de la danza contemporánea en México. ¿Qué limitaciones crees que tiene este legado y cómo construyes nuevos caminos a partir de él?
El cuestionamiento me parece necesario. Nunca he creído que se trate de otra cosa que repensar lo que hasta ahora se ha construido. Estoy casi seguro que es lo que nos llevará a un lugar más propositivo. El legado de la danza en México sufre de muchísimas problemáticas y claro, un par de aciertos. Sigue estancado en la dependencia institucional y una idea anticuada de lo académico. Es un tema largo y complicado, pero intentando ser concreto, las limitaciones no solo se reducen a un conflicto sistemático que opera desde la precarización y el desinterés artístico, sino también la falta de comprensión de mucho de lo que supone sostener “la creación”: hay pocas referencias, poca información, comprensión casi nula del legado histórico, nos seguimos pensando como una consecuencia de lo extranjero, se sigue idealizando la técnica y la hegemonía de los cuerpos, no se entienden las diferencias entre producción, manufactura y estética, los discursos atienden agenda y su mirada es poco crítica, etc.
He tratado de alejarme de eso y si bien no me atrevería a decir que he tenido resultados, al menos sé que atiendo un formato sin precedentes en el país. He construido un camino propio en dónde nuevas bailarinas y coreógrafos se reflejan. No sé exactamente hacia qué dirección irá avanzando, pero al menos saber que represento otra posibilidad y manera de hacer danza en México, me hace creer que algún resultado visible dará. Por ahora, me siento satisfecho de ver cómo hay más espacios que a partir de mi práctica se han abierto y están dispuestos a albergar danza.
Describes la coreografía como un ejercicio de observación y evidencia. ¿Qué papel juegan las experiencias personales en este proceso?
Sí. BASOTEVE no pretende otra cosa que invitarnos a atrevernos a observar. Lo digo así, porque de verdad, en una actualidad tan desechable y breve, dónde la atención es casi nula, detenernos a observar es todo un reto. Se requiere de sensibilidad, de tiempo y de compromiso para intentar comprender por lo menos el síntoma. Hay que atreverse. Y me gusta pensarlo así, como un registro de una necesidad, de un pensamiento, de una preocupación, pienso la obra como una evidencia de un intento por conversar desde el cuerpo sobre todo eso que nos atraviesa. Imagino que si el progreso sucede, si avanzamos y ganamos terreno en lo que al género, derechos humanos y la violencia respecta, haberlo hablado no solo significará un aporte sino también un archivo sobre el tiempo y la lucha.
Y bueno, mis experiencias personales no son más que un impulso para lo creativo.
Hablas de la flexibilidad y la individualidad como claves para crear nuevos imaginarios. ¿Cómo se traduce esta filosofía en la experiencia que ofreces al público?
Definitivamente en los formatos de presentación que intento explorar, pero también en la manera en la que construyo mis narrativas y mi danza. Atiendo un lenguaje lejano a lo explicativo. Mis obras son imágenes abiertas que si bien parten de un imaginario propio, intento siempre generar lenguajes universales esperando que mi público, desde su contexto y su experiencia de vida o información, puedan imaginarlas y volverlas suyas.
Mis obras no tratan de mí. No una vez que son estrenadas.
Cortesía de LLANO
Basoteve, 2024.
Fotografía de Brenda Jauregui