Alguna vez, estos departamentos de la calle Melchor Ocampo —conocidos como Edificio para Artistas— pertenecieron a figuras como Clara Porset y su esposo Xavier Guerrero. Pero no solo eso, también fueron diseñados por nada más y nada menos que Luis Barragán y Max Cetto. A pesar del paso del tiempo en la ciudad y de las transformaciones a las que la vivienda mexicana ha sido sometida, algo que vale la pena resguardar permanece en su interior. 

PARA A, a cargo de Verónica Fernández —quien es, además, la cabeza de Fine Art Advertising Services—, es una agencia para Amigos, Artistas, Arquitectos (las mayúsculas son intencionales) cuyo objetivo es mostrar las expresiones artísticas dadas en el presente, sobre todo aquellas alrededor de toda América Latina. Aunque no es la primera vez que PARA A abre al público, sí es la primera que presenta en el marco de la Semana del Arte en la Ciudad de México.

Algunas de las obras expuestas son Sombras de Tenayuca y Transitorio I, de Porfirio Gutiérrez; Dragón, Tigres y Siesta at Henry’s, de Matías Paradela; Primavera y lago y Montañas rojas, de Valeria Maggi; Braulio y Willkommen o La Comedia de Puertas, de Claudio Mansour. Todos estos artistas provienen de México —de lugares fuera de la ciudad— pero también de Perú, Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Uruguay y Brasil, lo que empuja un diálogo permanente sobre cómo habitamos un departamento, sobre todo cuando el arte está presente en la ecuación.

El caso de Tría y Tría II, de César Rangel (1977), residente de Xochimilco, es interesante. Se trata de dos obras en dos partes con una tercera secreta. En los lienzos, Rangel utiliza lo que él mismo ha llamado “albigrafía”: papel de lija, agua y baba de nopal sobre láminas de plástico industriales. A ciegas, el pintor plasma un puente entre nuestro mundo y el más allá, basándose en el mito prehispánico de la vida y la muerte. En su obra se pueden observar —de forma clara pero sin olvidar que se hizo a ciegas— lechosos laberintos, caballos, cascadas y escaleras que ascienden a ningún lugar en particular. Uno puede ver ambas obras por horas y sentir, en cada pestañeo, que hay cosas que no ha descubierto todavía.

Por su parte, No estoy convenciendo a nadie de Martín Luque (1990) es una obra completamente alucinante. Consiste en un juego con el volumen y la dimensión de los departamentos a partir de una tira de luz neón blanca. Aprovechando algunas de las líneas trazadas por Barragán y Cetto, Luque —cuya familia es la guardiana de Casa Giraldi en la San Miguel Chapultepec— imagina un nuevo espacio. Conforme la noche va cayendo sobre las ventanas del departamento, el reflejo de la luz va creando otro espacio en el reflejo. Así, el espectador tiene que descubrir lenta y naturalmente los rincones que la arquitectura le ha vedado. Pero no solo es el espectador que ha decidido visitar la muestra, sino también los automovilistas que pasan horas parados en el Circuito Interior, provocando que el arte trascienda el espacio al que estamos acostumbrados a verlo. 

Finalmente, el nombre de la muestra, DUPLEX, tampoco pasa desapercibido como obra de arte, pues fue un concepto acuñado por Chakceel Rah, un ingeniero, matemático y activista cultural por los derechos de los mayas y los piesnegros.

Del 5 de febrero y hasta el 16 de marzo, la exhibición podrá visitarse con cita previa al correo: [email protected]