Inspiración Verde es una serie de artículos desarrollados por Local.mx para mostrar los proyectos medioambientales más relevantes. En colaboración con la iniciativa Perpetual Planet de Rolex, nuestro objetivo es generar conciencia, inspirar a nuevas generaciones e impulsar todas las buenas ideas que mejoran la vida en la Madre Tierra. Rolex está apoyando a organizaciones e individuos inspiradores en una misión para hacer al planeta perpetuo. #PerpetualPlanet. Para más información visita rolex.org
El núcleo de nuestro planeta esconde antiguos secretos de gas y de fuego. Acercarse a ellos entraña un gran peligro y, por siglos, vulcanólogos de todo el mundo han intentado descifrarlos sin éxito. El físico escocés Andrew McGonigle —laureado con un Premio Rolex a la Iniciativa en 2008— ha propuesto una solución que, al sumar ingenio y tecnología, ya ha comenzado a arrojar respuestas en algunos de los 500 volcanes que han estado activos a lo largo de la historia.
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Se estima que 10% de la población mundial vive en las inmediaciones de volcanes activos o potencialmente activos que podrían entrar en proceso de erupción de manera súbita. Sólo en el siglo XX, sin un sistema de alerta que permitiera evacuar de manera oportuna a las poblaciones en riesgo, unas 100,000 personas perdieron la vida por actividad volcánica. Es una amenaza vigente que se manifiesta en alrededor de 50 erupciones anuales en todo el mundo, y basta recordar la trágica erupción del Vesubio, en el año 79 d. C. —la cual hundió a la antigua ciudad de Pompeya en flujo piroclástico—, para dimensionar el peligro de habitar en las faldas de un volcán.
Sin una solución a la vista, McGonigle comenzó a desarrollar un sistema que permitiera observar cambios en la actividad volcánica y, en consecuencia, predecir el desarrollo de procesos eruptivos. Su tecnología combina su pasión por la vulcanología y la imaginación que heredó de su abuelo inventor: “Con un poco de ingenio —asegura—, puedes mirar a tu alrededor y encontrar soluciones a grandes problemas científicos”. Y así lo hizo.
En un inicio, para aproximarse al cráter humeante de un volcán desde una distancia segura, McGonigle se valió de un dron equipado con un espectrómetro, el cual detecta los gases presentes en la fumarola —entre los que destacan el dióxido de carbono y el dióxido de azufre—, así como su densidad.
Las variaciones en estos componentes son indicadores muy eficaces de los cambios que ocurren en la actividad volcánica y pueden observarse con semanas, e incluso meses, de anticipación. Porque, al final, ése y no otro es el objetivo: poder lanzar una alerta a las comunidades amenazadas con el tiempo suficiente para que se pongan a salvo en caso de erupción. Se trata de un proyecto con el potencial de salvar miles de vidas.
Aunque los resultados fueron los esperados, el modelo de prueba presentaba un reto financiero, no sólo por el elevado costo de los drones, sino porque para maniobrarlos se requiere la intervención de especialistas. Desde que fue laureado con un Premio Rolex a la Iniciativa, McGonigle pudo desarrollar versiones más asequibles y ligeras de su tecnología. Ahora usa teléfonos inteligentes ultrasensibles, con cámaras que pueden observar los gases en el espectro ultravioleta: “Esto significa que ahora podemos tomarle el pulso al volcán. Podemos, de hecho, verlo ‘respirar’ mientras las burbujas de gas suben a través de la columna de magma y escapan hacia el aire, y observar las variaciones en estas olas de gas. Esto no se ha hecho nunca”, dice.
En la actualidad, muchos vulcanólogos de diferentes regiones están usando ya este desarrollo, y el proyecto se ha expandido más allá de las fronteras de Italia, donde McGonigle trabajaba —entre el Estrómboli y el Etna— en 2008. Ha comenzado la exploración de volcanes en el imponente Cinturón de Fuego del Pacífico, y ha implementado su tecnología en Nicaragua, Papúa Nueva Guinea y los Andes chilenos, donde, en colaboración con su colega Felipe Aguilera, trabaja en la automatización de los sensores. Sin embargo, esta tecnología no tiene fronteras definidas: el siguiente paso será poner cámaras en todos los volcanes más peligrosos del planeta y —he aquí un giro inesperado—, en alianza con la NASA, podría llegar incluso hasta la superficie de la luna.
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