Lo único que se necesita para apreciar la relación que existe entre el agua y la Ciudad de México es prestar un poco de atención. Sobre Av. Chapultepec, a la altura del metro Sevilla, resisten los últimos 20 arcos del Acueducto de Chapultepec que durante siglos abasteció de agua dulce a la capital. Desafortunadamente, no todos los vestigios de este vínculo primitivo aún están en pie. Tal es el caso de la Fuente de Tlaxpana, una de las construcciones adyacentes a los antiguos acueductos, hoy extinta y convertida en un simple cruce de asfalto, pero inmortal en el imaginario cultural gracias a su exuberante belleza.
La construcción de acueductos data de la época prehispánica –con sus respectivas remodelaciones en los días de la Colonia. Uno de los más importantes fue el Acueducto de La Verónica/ Santa Fe, también conocido como Acueducto de San Cosme, que llegó a abastecer a dos tercios de la ciudad.
Conducía el agua que brotaba de un manantial en las inmediaciones del pueblo de Santa Fe (hoy la Colonia Palo Alto), caudal al que más tarde se le uniría otro proveniente del Desierto de los Leones. La corriente entraba a través de un conducto abierto por la Avenida de la Verónica (hoy Circuito Interior) hasta San Cosme –donde se le incorporaba la Fuente de Tlaxpana. Desde ahí doblaba con dirección al centro de la ciudad hasta llegar a otra fuente, la de la Mariscala, a espaldas del Palacio de Bellas Artes.
Aunque hoy en día las fuentes de la ciudad, como la Fuente de Tlaxpana, son vistas como meros objetos decorativos, lo cierto es que en la antigüedad funcionaban como tomas de agua para abastecer a la población, aunque ello no estaba peleado con su valor estético. Todavía a finales del siglo XIX era común ver a los aguadores llenando cántaros de barro y otros recipientes con el preciado líquido, que luego vendían a casas, mesones, hosterías y palacetes que no contaban con tomas directas de agua.
La Fuente de Tlaxpana, ubicada en el cruce de lo que hoy conocemos como Circuito Interior y la Calzada México-Tacuba, fue construida en el siglo XVI y restaurada en 1737. Su diseño estaba inspirado en la Fuente del Órgano de Tivoli, Italia, aunque los motivos de la ornamentación se adaptaron a la corriente novohispana. La temática era completamente barroca, y daba la impresión de estar admirando un auténtico retablo de iglesia. Contaba con un escudo de la Muy Noble, Insigne, Muy Leal e Imperial Ciudad de México, además de un águila con las alas abiertas y un nicho en forma de concha que resguardaba la escultura de un hombre de tamaño natural.
La única diferencia con los rasgos eclesiásticos era que, en lugar de retratar mártires y santos, eran ángeles y hombres con instrumentos musicales los que flanqueaban la construcción. De ahí que también se le conociera como la Fuente de los Músicos.
Lamentablemente, como muchos otros hitos arquitectónicos de la ciudad, la Fuente de Tlaxpana fue completamente destruida en 1899 por el arquitecto Antonio Torres Torrija, en pro de la modernidad, urbanización y progreso de la zona. Hoy, en donde podría haber una importante joya patrimonial no hay más que una intersección de concreto, y muchos capitalinos han olvidado ya el lazo que durante tanto tiempo unió a este preciso lugar con la historia lacustre de nuestra ciudad.