Decía Vicente Leñero que nuestra Zona Rosa “es demasiado tímida para ser roja, pero muy atrevida para ser blanca”. Pero esa visión más bien corresponde a una imagen de los cincuenta, cuando apenas figuraba como una de las zonas más vistosas y festivas de la ciudad. A finales del siglo XIX era la zona preferida de la burguesía porfirista que buscaba espacios tranquilos para poder adoptar un estilo de vida más elegante, más europeo.
A partir de 1880 comenzaron a aparecer construcciones con estilo art nouveau y art decó que le dieron a la zona el aspecto de un barrio antiguo del viejo mundo. De hecho, ese fue uno de los factores que contribuyeron a la reputación de las colonias Juárez y Roma como algunos de los barrios más lujosos de la ciudad. Por supuesto, todo este lujo poco a poco atrajo a empresarios que, más que vivir ahí, veían a toda la colonia Juárez como un lugar con mucho potencial para iniciar nuevos negocios.
La modernización de la Zona Rosa
En 1906, la Mexico City Improvment Company inició el proceso de urbanización de la colonia Juárez, cuyo nombre es un homenaje por el centenario del expresidente. Muchos empresarios lograron intercalar sus negocios entre las mansiones lujosas que le dieron categoría al barrio. Así fue como comenzó el ambiente bohemio que todavía caracteriza a la Zona Rosa, la mayoría de los nuevos negocios fueron cafés, restaurantes, bares y galerías de arte donde los personajes adinerados de la ciudad se reunían a pasar el rato.
No pasó mucho tiempo para que lugares como Polanco, Lomas de Chapultpec y la Del Valle superaran en lujo a la Juárez y las familias que habían hecho crecer la zona se mudaran a los nuevos sitios de moda. Con tantas casas y edificios vacíos, la Juárez se volvió todavía más atractiva para los inversionistas de bares y restaurantes que siguieron abriendo negocios y construyendo más edificios. Para 1960 era común ver a personajes como Pita Amor, Manuel Felguérez o José Luis Cuevas rondando por las galerías y cafés de la Zona Rosa que, por cierto, adquirió su nombre porque la mayoría de los edificios estaban pintados en ese color.
Durante los juegos olímpicos de 1968 y el mundial de 1970 los bares y restaurantes de Juárez se convirtieron en el punto de reunión para quienes celebraban las victorias nacionales. Esa afluencia de comensales famosos hizo que toda la ciudad quisiera pasar sus tardes allí aún cuando no había celebridades. La sola posibilidad de encontrar a un famoso cenando en alguno de esos negocios era razón suficiente para que las personas visitaran la Zona Rosa con frecuencia.
El punto de encuentro de la comunidad LGBTTTIQ
A pesar de que en los setenta la Zona Rosa ya era el escenario de fiestas clandestinas organizadas especialmente para la comunidad LGBTTTIQ, algunas se hacían en estacionamientos o terrenos baldíos en la Juárez. Después de las fiestas, los asistentes iban a desayunar o tomar café en un Samborns de La Fragua esquina con Reforma, un lugar que, aunque ya cerró, sigue vigente en la memoria de quienes lo frecuentaron durante años.
En 1974 abrió El Nueve, la primera discoteca gay de México abierta por Henri Donnadieu. Ahí tocaron bandas importantes de la música mexicana como Las insólitas imágenes de Aurora que más tarde se convirtió en Caifanes. También asistieron personajes como Carlos Monsiváis, Emmanuel Luvezki y Silvia Pinal, ellos y los demás asistentes bailaron al ritmo del new wave, techno y punk, ritmos que estaban de moda en esos años.
Con el terremoto de 1985 varios edificios resultaron dañados. Las discotecas y bares de la Zona Rosa migraron a otras partes de la ciudad, dejando la Juárez casi desierta. No fue sino hasta los noventa que nuevos bares y restaurantes abrieron sus puertas a todo tipo de público. Sin que los capitalinos nos diéramos cuenta, los restaurantes, bares y estudios de tatuajes le devolvieron a la Zona Rosa su carácter de área comercial y ese espacio de libertad donde todo puede pasar.
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