En su segunda exposición individual en la kurimanzutto, Danh Vo ha armado una instalación o composición espacial que es, sobre todo, muy bella. Dentro de una estructura laberíntica de espejos viven, certeros, objetos diversos que el artista ha recogido y relacionado entre sí, dispuestos para desdoblarse en significados, para movilizarse ante los ojos de quienes los ven.
Dahn Vo es artista conceptual, danés, de origen vietnamita, que divide su tiempo entre Berlín, la Ciudad de México y seguramente muchas otras ciudades del mundo que visita por trabajo. Vo es uno de los artistas contemporáneo más cotizados del mundo, ahora mismo. Desde siempre, su obra ha sido muy autobiográfica, se alimenta de sus interacciones con amigos y familiares, con quienes incluso colabora en sus exposiciones: su papá, que es rotulista y caligrafista; su pareja, que es fotógrafo; su ex profesor de pintura y su sobrino (que es casi como su musa). Una vez lo vimos embrujar la Casa Barragán con el fantasma del propio Barragán, y desde entonces quedamos flechados.
Un laberinto de espejos
Los paneles que forman la estructura laberíntica no son de cristal, son lienzos forrados con film espejo, embarrados con pintura que brilla en la oscuridad. Estas pinturas son de Peter Bonde, su antiguo profesor de la Royal Academy de Copenhage, el mismo que alguna vez le aconsejó a Vo alejarse de la pintura, y por lo que comenzó a dedicarse al arte conceptual. De ellos cuelgan unas fotos hermosas que su pareja Heinz Peter Knes le tomó a su sobrino Gustav, o una carta con la caligrafía del papá. Así, Danh Vo crea su universo con las personas que lo orbitan, en un juego difuso de autoría.
Los que pertenecen a la especie del artista conceptual tienen mucho de exploradores. A cada paso está la posibilidad de encontrarse con cosas que pronto serán sus piezas. Danh Vo los considera “hallazgos afortunados” o serendipias con las que se topa a puntapié, y se le revelan en lo cotidiano llenos de sentido, acorde a lo que le interesa. Así, los objetos en la instalación, además de artefactos estéticos, son símbolos: las granadas que coloca en el piso, solas, como tropiezos; el mastuerzo enredado en una virgen; una mesa hecha de nogal proveniente de los plantíos de Robert MacNamara, el secretario de Estado de Defensa de Estados Unidos durante la guerra de Vietnam.
En este entramado autobiográfico, Danh Vo crea, con gran artificio, su propia mitología. La exposición tiene una atmósfera suave, melancólica, al filo de la emoción. Más allá de lo anecdótico y la relación de su obra con la vida real, cada objeto, decisión y gesto en la exhibición, refleja a Danh Vo como un esteta, un artífice de su propio universo.
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