La Capilla del Señor de la Humildad es una iglesia católica en medio del barrio de la Merced y es la más chiquita en toda la ciudad. Está en la esquina de Manzanares y Circunvalación, tan sólo a unos pasos de la casa más antigua y del corredor sexual más grande de la capital. Esta es la capilla a la que asisten, entre otras personas, ladrones y prostitutas para encomendarse a una estatua de Cristo sentado esperando su sentencia; el Señor de la Humildad.
La capilla apenas mide 9 metros de largo por 4 de ancho y sus ocho banquitas de madera tienen capacidad para 24 personas. Aún con ese tamaño, también es el hogar de seis monjas de la orden de las Carmelitas de la Santísima Trinidad, quienes mantienen la iglesia y su placita limpias. Ellas mismas son las encargadas de organizar la fiesta del Señor de la Humildad cada 6 de agosto. Dicen que ese día ni siquiera la estatua cabe en su iglesia, por ello lo sacan al “atrio” para que conviva con sus fieles que comen y bailan al son de los mariachis y las bandas.
La iglesia más chiquita de la ciudad y una de las más antiguas
Cuando Cortés llegó al Valle de México en el siglo XVI mandó a construir 7 ermitas que, según él, servían como un escudo santo que protegía a la ciudad de los demonios. Para ese momento, el territorio que hoy es la Merced era uno de los límites de la ciudad y la capilla era también una especie de marca fronteriza.
El estilo churrigueresco que tiene hoy, y el retablo dorado que cubre el fondo de la capilla son parte de una remodelación que hicieron en el siglo XVIII. También le añadieron las dos torres principales que, de acuerdo con arquitectos e historiadores de arte, es lo que hace que uno la reconozca como iglesia y no como ermita.
El Señor de la Humildad y sus fieles
Dentro de la capilla ocurre algo maravilloso para la zona. Si uno entra, el sonido de los autos y de los vendedores que juran tener el remedio de la impotencia sexual, simplemente se esfuman. Como casi todas las iglesias, la Capilla del Señor de la Humildad es una cápsula de silencio y un refugio del alboroto cotidiano de La Merced. Por eso no es de extrañar que sus bancas siempre estén llenas.
Es fácil saber por qué los habitantes de la Merced escogieron al Señor de la Humildad como su patrono. Cuando uno se para frente a ella, la figura de Cristo esperando su sentencia es la misma que asumen muchas de esas personas. Ante la adversidad se encomiendan. Entre los rezos de los fieles se escuchan distintas lenguas indígenas o aspavientos de personas que simplemente buscan silencio y sombra por un ratito.
No es casualidad (¿o sí?) que la Iglesia del Señor de la Humildad sea humilde en su tamaño.
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