Durante su construcción, este colosal edificio fue testigo y actor de dos épocas de la ciudad de México. Los cimientos (forjados con técnicas de avanzada a base de concreto y acero) y fachada fueron proyectados durante el afrancesado ambiente que circundó al presidente Porfirio Díaz. Por el contrario, su interior fue rematado por los gobiernos posrevolucionarios que se oponían al clasicismo. La concepción inicial de Adamo Boari se fraguó con artistas extranjeros. De la blancura veteada del mármol de Carrara brotó una inmensa portada art nouveau que fusionó figuras clásicas con antiguos seres prehispánicos: La Armonía, La Música y La Inspiración, del escultor Leonardo Bistolfi, se reúnen con serpientes, coyotes, máscaras y águilas, realizados por Gianetti Fiorenzo. Los pegasos, expulsados del interior y montados sobre pedestales en la explanada delantera, son del catalán Agustín Querol. El trabajo de bronce que corona la cúpula y los vitrales emplomados del plafón Apolo y las musas fueron obras del húngaro Géza Maróti. El telón de cristal que antecede al mejor espectáculo, Los volcanes, fue elaborado por la casa Tiffany de Nueva York con un millón de piezas de cristal opalescente.
Su interior refleja los conceptos artísticos posrevolucionarios: los mármoles nacionales; los murales; los acabados en metal mate; las lámparas de ónix; las balaustradas o la geometría del art déco participaron del naciente lenguaje nacionalista, antibélico y antifascista. Ilustra lo anterior el mural de Diego Rivera, que sustituyó al que fue destruido por el potentado John D. Rockefeller Jr.: después de haberlo contratado para pintar un mural que quedaría en el lobby del edificio principal del Rockefeller Center —emblema del capitalismo—, el millonario montó en cólera porque Diego Rivera pintó a Lenin en el mural que había titulado El hombre en el cruce de caminos o El hombre controlador del universo. La obra fue cubierta y luego destruida. El mural de Rivera que se encuentra en el tercer piso de Bellas Artes, El hombre universal y la máquina, es una recreación del que había pintado en Nueva York, con el sentir que circulaba en la época: la crítica a la tecnología, a la dictadura, a la guerra, a los valores importados o a la desigualdad, y que son algunos de los temas contenidos también en los murales de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Jorge González Camarena, Manuel Rodríguez Lozano o Roberto Montenegro.
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