La “muela” de la Condesa es uno de esos puntos visuales que significan más –mucho más– que algunos de los monumentos que el gobierno pone en la calle para que los notemos. Todos los que hemos pasado por la muela la usamos de referencia y nunca, por ejemplo, usamos al monumento a Lázaro Cárdenas. Esta construcción molar es un buen modelo para entender la memoria: recordamos aquello que es raro, extravagante, aquello que salta del contexto en el que está incluido.
Esta “muela” es nada menos que el consultorio de un dentista. Y su caricatura aligera la idea de un dentista, que para muchos es una de las experiencias más desagradables e incómodas. Un “mal necesario” que encuentra en la muela la versión más mona de su alivio.
Al caminar sobre Avenida Nuevo León y pasar junto a esta muela enraizada en la cavidad de otro edificio, uno se percata de cómo la curiosa estructura sale de la boca del estacionamiento del condominio, como si se tratara de un diente naciente, y se cuestiona lo que esconde detrás de sus esmaltados muros aperlados. Y como si su razón no fuera ya evidente, este único diente está coronado por un letrero de neón azul que, al oscurecer, delata: “dentista”. Como una duda que contiene su propia respuesta.
En su interior, el Dr. Emilio Medellín Cordero, Cirujano Dental, cura y, de ser necesario, extirpa versiones a escala de su propio local. Si el Parque España es, por excelencia, el área verde de la colonia Condesa, la muelita es su dentista de cabecera.
Podría pensarse que la muela de la condesa existe para destacar en un rubro competitivo, pero su sentido va más allá: cumple con la necesaria dosis de extravagancia que nutre a esta ciudad de su identidad.
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