“No conocí a Melquiades Herrera. Sólo hablé con él cinco veces, un intercambio breve, pasajero y memorable. Recuerdo más esos cinco encuentros que los cuatro inútiles años en la ENAP para llegar a ser licenciado en artes visuales”, dice Jonathan Hernández sobre quien fuera su asesor de tesis al comienzo de su carrera como artista. Y como memorable, lo describe casi cualquiera que se lo haya topado en la vida, así fuera en un cruce de calle. Por sus trajes de colores brillantes, corbatas de pato Donald, lentes con forma de corazones o lo que fuera; su asombrosa colección de peines, su obsesión por las miniaturas, su detallado conocimiento sobre el puesto de supersticiones materializadas en el Mercado de Sonora; sus bien ganados sobrenombres de “peatón profesional” o “rey del puesto de bromas”; su finísimo sentido del humor, su talento de merolico, o el hecho de que sus ojos estrábicos tenían la capacidad de diseccionar cualquier objeto que se le cruzara en el camino.
Herrera nació en Ciudad Azteca y desde allá hacía larguísimos recorridos diarios hasta la Escuela Nacional de Pintura (ENAP) o la Academia de San Carlos, donde fue para muchos artistas uno de los mejores maestros que les ofrecieron las aulas. Entre esos trayectos y sus disciplinados recorridos por todos los tianguis y mercados de la ciudad, Herrera fue comprando uno a uno, y durante su vida entera, los elementos de una tremenda colección de objetos populares que, más allá del fetiche, sólo él comprendía en su justa dimensión.
En 2015 y gracias a la gestión de la historiadora de arte Sol Henaro, llegaron al MUAC cien cajas repletas de estos objetos para imponer al museo y a sus curadores e investigadores el reto de descifrarlos, catalogarlos y posteriormente exhibirlos con lo que se le haría justicia a una mente genial. Un artista, escritor, poeta, teórico y performer erudito que se interesó por las historietas, los juguetes y los insectos de goma, pero también por la geometría, los teoremas matemáticos y la historia material de su país. Todo este imaginario forma parte de la exposición Melquiades Herrera. Reportaje plástico de un teorema cultural, que se inaugura el 3 de marzo y estará hasta el 10 de junio en el MUAC.
“¿Qué son todos estos objetos?, ¿chácharas?, ¿obras de arte?, ¿accesorios para el performance?, ¿o son el registro de algo más?”, pregunta Roselin Rodríguez, curadora del museo, que monta junto con el Grupo de Estudios Subcríticos Los Yacuzis esta exposición. “Cuando uno entra en su archivo, investiga e interroga estos objetos, se da cuenta de que son testigos de una operación cultural mucho más compleja, que rebasa el campo del arte”, dice.
Los objetos de Herrera iban con él a todas partes, en el interior de su inseparable portafolio Samsonite de plástico. Los utilizaba en sus presentaciones callejeras, en sus videos y en sus clases, que eran espacios para la experimentación total; pero además los intercambiaba, los regalaba, los aventaba. A partir de su noción de reportaje plástico, los agrupó en conjuntos con un rigor científico en una investigación que sólo terminó con su muerte, en 2003, a los 54 años.
“Fue reportero de un contexto cultural y político específico en México, que es la transición económica entre la firma del GATT y el TLC”, dice Rodríguez. “Cuando se habla de esta época, se suele hacer desde una perspectiva macropolítica, pero no se habla del registro de la cultura material, la estética popular o de cómo es que estos tratados afectaron la economía de la clase trabajadora de la ciudad, provocando que ésta se transformara a nivel material y a nivel de cultura de consumo.”
Entre 1977 y 1983, Herrera formó parte del No Grupo, junto con otros artistas como Maris Bustamante, Alfredo Núñez y Rubén Valencia, que fueron representantes de la última generación de artistas mexicanos no globalizados, además de pioneros del arte no objetual y el arte acción. Estos artistas se veían a sí mismos como investigadores culturales, y a la par de su obra artística, dejaron huella como colaboradores habituales de la prensa, la televisión y el cabaret, con presentaciones en bares como El hijo del cuervo, en Coyoacán.
En su corta vida, Herrera tuvo solamente una exhibición individual en 1999. La gran mayoría de su obra quedó en las calles, en sus textos y en los cientos de objetos que guardó como testigos de un México que ya no existe. “Su práctica y su pensamiento crítico no se comprendieron en su época, porque Melquiades no viene del pasado, viene del futuro”, dice Rodríguez. El eco del discurso que dejó en esos objetos de doble filo sólo pudo venir del hombre que supo decirle a André Bretón que el surrealismo mexicano que él describió en 1938 ya no estaba vigente, que no tenía que ver ya con el idilio rural y el pasado mitológico, sino con el ajetreo urbano y sus escenas y montajes bizarros, que tienen mucho de efímero, pero pueden capturarse, por ejemplo, con la cámara Polaroid más barata de todas.
*Texto publicado originalmente en la revista Gatopardo.
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