Como parte del programa Estancia FEMSA, que es una serie de intervenciones artísticas a la Casa Luis Barragán, Edgardo Aragón (Ocotlán, Oaxaca, 1985) creó Hípico. Música, caballos y arquitectura: un corrido, una intervención sonora curada por Eugenia Braniff que se llevará a cabo del 6 de noviembre al 10 de diciembre todos los sábados con músicos en vivo y el resto de la semana como ambientación de los recorridos habituales.
Cada uno tiene la Casa Luis Barragán que desea. Hay miles de formas de “tenerla” porque no es solamente la arquitectura la que se desdobla a partir de tu estado de ánimo, de los cambios de luz y de la perspectiva; los objetos y muebles de la casa hacen lo mismo: cuentan historias y hacen declaraciones. Las cosas dialogan unas con otras para formar una especie de cosmovisión barraganiana. Cuando Edgardo Aragón entró a esa casa a hacer la investigación para Hípico, Música, caballos y arquitectura: un corrido se encontró, primero, con una extensa colección de viniles. Barragán era un melómano extraordinario. Entre los viniles, la gran presencia de Manuel M. Ponce, el primer compositor de la historia en “sonar mexicano”.
En seguida Aragón notó la pasión del arquitecto por los caballos y los temas ecuestres. En cada cuarto de Casa Barragán hay una escultura, un cuadro o la sugerencia de un caballo. Pero el artista descubrió también la ubicuidad de las calaveras que coleccionaba el arquitecto y que le recordaron al silbato de la muerte que usaban los aztecas como toque de guerra para exterminar a otros pueblos (si nunca has escuchado uno, por favor hazlo; hay pocos sonidos más terroríficos). Con esto último terminó de formar su composición temática para Hípico. Estos 3 elementos –la música revolucionaria y de Manuel M. Ponce, los caballos y las calaveras– retumban en las paredes y forman esta pieza, que es una especie de “casa tomada” por elementos que ya estaban ahí pero estaban dormidos. Y al despertar, dialogan.
El sonido es una manera de medir el espacio, al igual que la luz.
Edgardo Aragón mapea la arquitectura de esta casa mediante música –aquí corridos revolucionarios, allá música abstracta mexicana– que interpretan tres músicos en vivo en distintos espacios de la casa: en el dormitorio, el cuarto de invitados, el jardín, el tapanco y la biblioteca. Al fondo, en cada espacio, suenan los silbatos de la muerte distorsionados (¿para no espantar a las visitas?), que los músicos usan a veces como metrónomo, a veces como interrupción.
Pero no es sólo música la que está sonando: es la posible conexión entre el caballo y la música, es la historia de la música mexicana, las anécdotas de la música, la arquitectura de Barragán, todo lo que Barragán significa. Es la construcción de una supuesta identidad mexicana.
La invención de un país cabe en una casa emblemática.
Edgardo Aragón hace un tratamiento sonoro muy parecido a lo que hacía Barragán con la luz. Hay muchas capas. El sonido rebota y hace juegos en los muros. Y aunque en cada espacio la canción es distinta, la construcción musical está hecha para ser un sólo track, una sola historia. Quizás nadie había entendido Casa Barragán tan bien a partir de la música.