En La Purísima el señor Olivares atiende a sus clientes entre el mostrador y una pared verde pistache, de donde cuelga un muestrario de cirios (las velas típicas de las iglesias mexicanas). Del techo cuelgan velas de colores extravagantes que casi tocan la cabeza del comprador. Parecen de papel china. José Olivares es parte de la tercera generación familiar de cereros: su abuelo abrió La Purísima hace casi 100 años, primero en la calle de Colombia, donde todavía es la matriz, después en la calle de Mesones.
Para cuando La Purísima abrió, la Ciudad de México tenía poco tiempo de tener electricidad. Los primeros focos eléctricos llegaron en 1881 y fueron reemplazando los mecheros de gas y aceite que alumbraban las calles. A principios del siglo XX, no todas las casas tenían luz eléctrica y las velas eran cosa de todos los días. Una necesidad. Además de las casas, los clientes principales de las cererías eran las Iglesias que siempre tenían varios cirios prendidos e iluminaban todo su alrededor con velas en las fiestas patronales.
El negocio de la cerería ha cambiado con los años, naturalmente: “Ya no es como antes, que usted iba a una iglesia y tenían muchas velas y arreglos. Ahora no hay más que uno o dos cirios chiquitos y ya”, dice el señor Olivares.
El comercio de las velas sigue en pie, pero los que todavía son fabricantes (a la vieja usanza) ya se cuentan con los dedos de una mano. Las iglesias, tanto en la Pascua, Día de Muertos, Año Nuevo y fiestas patronales siguen siendo los mejores clientes, pero nosotros fuimos a visitar la tienda porque es de los poquísimos lugares donde uno encuentra velas decorativas bien hechas y delicadas, para todos los gustos, incluso aromáticas. Y, desde luego, mucho más bonitas que las que venden en los supermercados. Más especiales.
En La Purísima ellos mismos fabrican las velas, veladoras, cirios. Por eso hay decenas de ellas, de todos los colores y tamaños. Desde que se prohibió que hubiera fábricas en el Centro, la de La Purísima está en otra parte de la ciudad, pero todos los pedidos se hacen directamente en los locales. El oficio del cerero, como el de la familia Olivares, implica hacer la vela desde cero, artesanalmente, ya sea de la forma tradicional (“en baño”) o con molde.
La forma tradicional se hace con un aro de 2 metros de diámetro que tiene clavos en toda la circunferencia. De esos clavos amarran pabilos y los van bañando en capas y capas de cera de abeja hasta formar una vela que queda puntiaguda y que luego cortan para que quede cilíndrica. En cambio, el método con molde lo usan para las velas de parafina (destilado del petróleo) y para las velas escamadas: las que cuelgan del techo en la tienda y venden para las fiestas patronales.
Para lograr una sola de estas extravagancias necesitan una semana: un molde para cada hoja y cada flor que luego enchinan con la mano y finalmente arman con alambre y cera de Campeche, que sirve como pegamento. Estas son bajo pedido especial.
En La Purísima son maestros en su oficio. En algún momento impartieron talleres para compartir este conocimiento y método, pero ya no les da tiempo. Tenemos suerte de que aun exista este local verde pistache de un oficio en vías de extinción. El señor Olivares tiene el trato más agradable y un catálogo de velas completo con precios justos y servicios a la medida. Suficiente para volvernos sus clientes, como los que conservan desde hace años.
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Dirección: Mesones 172, Centro