Opacado por un gorila metálico, el Acervo Histórico del Archivo General de Notarías parece una construcción más del Centro Histórico. Otro edificio como tantos que habitan bajo la Torre Latinoamericana. Sin embargo, alguna vez fue la sede de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana (ICAM). Aunque esta iglesia funcionó solamente nueve años, entre 1925 y 1934, nos dio un papa. El primer y último papa mexicano, de hecho. Para conocer la historia de este episodio, hay que remontarnos al siglo XIX.
Una nueva iglesia
En su artículo “La ruptura con el Vaticano
”, el sociólogo Mario Ramírez Rancaño menciona que la Independencia puso el tapete para las Leyes de Reforma. Estas terminaron con el predominio del Papa, el episcopado mexicano y las amenazas de excomuniones masivas. Aunque el episcopado mexicano siguió operando con naturalidad, la semilla de independizarse de Roma quedó plantada entre algunos sacerdotes mexicanos. Entre ellos estaba el obispo Eduardo Sánchez Camacho. Por sus ideas y varios alegatos con el Vaticano, Sánchez fue obligado a renunciar a su cargo el 3 de octubre de 1896.
En 1897, Sánchez Camacho envió una carta al sacerdote oaxaqueño José Joaquín Pérez Budar. En ella le pedía que luchara por una iglesia mexicana que se ajustara a las Leyes de Reforma. La petición iba acompañada de la promesa de un obispado para Pérez Budar. La pronta muerte de Sánchez Camacho impidió que se cumpliera esa promesa, pero eso no desanimó al sacerdote oaxaqueño.
El camino no fue sencillo. Entre las controversiales propuestas de los reformistas estaban eliminar el celibato de los sacerdotes. También proponían reducir los diezmos y tarifas que los mexicanos aportaban al Vaticano. Además, se planteó la necesidad de que los sacerdotes trabajaran como lo haría cualquier otro ciudadano. Por si fuera poco, Sánchez Camacho dudó de la veracidad de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Ante la presión, el episcopado mexicano y el Vaticano le inventaron algunos delitos a Pérez Budar, quien pasó dos años preso en Atlixco, Puebla. Pero este castigo no bastó para detener al cismático sacerdote.
Fundación y tragedia de una iglesia efímera
El 18 de febrero de 1925, los sacerdotes Pérez Budar, Manuel Luis Monge y el laico Ángel Jiménez Juárez publicaron el manifiesto que fundó la Iglesia Católica Apostólica Mexicana (ICAM). El pronunciamiento tuvo el apoyo de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) y del Presidente Plutarco Elías Calles.
La ICAM ganó adeptos bajo el discurso de ser una iglesia del pueblo y los humildes. Había llegado el momento de buscar un espacio donde oficiar misa. La noche del 21 de febrero de 1925, Pérez, Monge y Los Caballeros Guadalupanos de la CROM irrumpieron en el Templo de La Soledad en La Merced
para reclamarlo como suyo. El verdadero problema vino al día siguiente.
La mañana del domingo 22 de febrero sonaron las campanas de misa. Según El Universal y Excélsior, entre los adeptos a la nueva iglesia se filtraron fieles del clero romano. Estos desempedraron la calle para apedrear al padre Monge durante la liturgia. Los miembros de la CROM trataron de frenar los ataques con disparos al aire, pero no tuvieron éxito y comenzaron los golpes. En el altercado murieron dos personas y varias más resultaron heridas.
La llegada al Templo de Corpus Christi
¿Y qué tiene que ver esta historia con el edificio en el número 44 de la avenida Juárez? Tras los disturbios, el Arzobispo de México José Mora y del Río le exigió a Plutarco Elías Calles la devolución del Templo de la Soledad. Por su lado, el ahora Patriarca Pérez Budar alegaba que su iglesia tenía tanto derecho de hacer uso de los templos de la nación como la iglesia romana.
Para evitar más disputas, Elías Calles decidió que la Soledad pasaría a ser propiedad del Estado y la convirtió en museo. Como su apoyo estaba del lado del Patriarca Pérez Budar, decidió que era justo darle un templo. Les asignó lo que quedaba del antiguo Templo de Corpus Christi, que llevaba años en el abandono. Fue así como el edificio que hoy alberga al Acervo Histórico del Archivo General de Notarías se convirtió en la sede de la ICAM.
El Papa mexicano
La Guerra Cristera terminó en 1929. Para mejorar la relación entre Roma y el Estado Mexicano, el gobierno devolvió el templo de la Soledad al clero. Mientras tanto, la salud del Patriarca Pérez Budar comenzaba a decaer. Aunque su movimiento continuaba ganando adeptos, el sacerdote dudaba si había hecho lo correcto al separarse de Roma. La duda creció hasta hacerse insoportable. En 1931, en pleno lecho de muerte, el Patriarca abjuró de sus errores. Justo antes de morir, Pérez Budar exhortó a la gente a no apartarse de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
Tras la muerte del Patriarca Pérez Budar, un grupo de sacerdotes de dudosa moral tomó el control de la ICAM. Al frente de todos ellos estaba el padre Eduardo Dávila Garza, quien llevó la disputa con el Vaticano hasta las últimas consecuencias. El 12 de diciembre de 1933, día de la Virgen de Guadalupe, la ICAM proclamó a Dávila Garza como Papa. El nombre del nuevo papa mexicano: Eduardo I.
Auge y caída del Papa mexicano
En su libro El patriarca Pérez, Mario Ramírez Rancaño relata las turbiedades del breve papado mexicano. De acuerdo con los periódicos de la época, para continuar con la emancipación de la iglesia romana, Dávila organizaba bandas de adolescentes para asaltar iglesias en la Ciudad de México. Les ordenaba que robaran ornamentos religiosos y los llevaran a Puebla, donde explotaba indígenas al norte del estado. Esto provocó el gradual desencanto de los fieles. Para 1952, el papa era únicamente un arzobispo primado de México.
Con el papado de Eduardo I también fueron desapareciendo los ideales y los fieles de la ICAM. Lentamente, la Iglesia Católica Apostólica Mexicana se evaporó de la memoria de la ciudad. Sus vestigios pueden encontrarse entre las paredes de viejos edificios, como el que aún se levanta frente a la Alameda Central. Frente a aquella antigua iglesia, hace unos años se colocó la escultura metálica de un gorila sosteniendo un banjo. Es obra del escultor José Sacal. Algunos la han denominado una de las “esculturas más feas de la CDMX
“. Extraño colofón para una extraña historia.