Como saben, la Revista Travesías es nuestra publicación hermana, parte de Travesías Media. Hoy cumple 18 años y 199 ediciones impresas. Es de las pocas publicaciones impresas del país que sigue en pie y nunca ha perdido ni lectores ni estilo, y eso es muchísimo decir. Su aniversario celebra viajes muy (muy) tentadores que inspiran a viajeros –o viajeros en potencia– a tomar sus maletas.
El número 199 –que acaba de llegar hoy– conmemora su espíritu trotamundos, y lo hicieron sobre los 4 puntos cardinales del planeta. Para ello le comisionaron un dibujo a 4 artistas mexicanas: Pia Camil, Lorena Ancona, Daniela Libertad y Ana Segovia y cada uno ilustra una de las 4 portadas de la edición. Los 4 dibujos también son postales y van insertas en los volúmenes.
Un viaje a la inmensidad de San Carlos, Sonora
Texto: Carolina Peralta / Foto: Ramiro Chaves
Entre la playa y el desierto está San Carlos, un pueblo en Sonora donde las noches son totalmente negras y las tardes se pintan de rojo. Conviene visitarlo de septiembre a octubre o de marzo a mayo, cuando el tiempo es solamente cálido y la humedad precisa. Una vez ahí, encontrar hospedaje es lo de menos. Hay hoteles para todos los presupuestos –desde 3 a 5 estrellas–, también hay casas y departamentos que uno puede rentar para tener una experiencia más personal con la zona.
Para comer buenos mariscos hay que cruzar todo San Carlos para llegar a la comunidad pesquera de La Miga. “Ahí donde acaban las casas grandes y el pavimento, y comienza el camino de terracería” allí mismo se encuentra. Hay que llegar al restaurante de Doña Rosita, el más establecido de todos, sobre una peña que da hacia el mar y, ciertamente, hacia el Tetakawi, el cerro insignia de San Carlos.
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Japón: más fácil (y más barato) de lo que pensabas
Texto: María Pellicer / Foto: Alejandro Paredes
Sí, es lejos. Y eso es todo. Ni es carísimo, ni te vas a gastar todo tu dinero. De hecho, Japón es un país ideal para hacer un viaje de bajo presupuesto. Desde el viaje, uno puede economizar al comprar –con anticipación– uno de los dos vuelos diarios que salen directo de México a Tokio.
La mayoría de los museos cobra la entrada pero los templos y santuarios están abiertos al público todo el día y no hay que pagar nada. En Tokio hay que asomarse al Santuario Meji, y aprovechar para caminar por el bosque que lo rodea. Y en Kioto, no hay que perderse Fushimi Inari-taisha y sus miles de toris.
Encontrar comida barata allá es mucho más sencillo de lo que parece. Como en todos lados, hay sitios donde los alimentos, incluso los más modestos, pueden alcanzar precios exagerados. Por otro lado, están los restaurantes de ramen –el comfort food japonés por excelencia–, que son bastante económicos.
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Tango porteño: la fiesta sumergida (en el “otro” Buenos Aires)
Texto Leila Guerriero / Foto David Sisso y Fernando Gutiérrez
En antiguos clubes o subsuelos escondidos de Buenos Aires, lejos de los engañosos espectáculos montados para turistas, late y se agita el tango verdadero. Mujeres bellísimas y bailarines elegantes se dan cita todos los días, de lunes a lunes, en las milongas porteñas.
Sobre la copa de los árboles dormidos, la voz antigua canta: “No sé si hice bieeeen, sé que la quieeeeroooo” y hembras vestidas de luces y machos trajeados para el olimpo atraviesan la puerta de la Sociedad Leonesa, se peinan la ceja, se aquietan el raso de la falda, se untan el pelo con una caricia, trepan hasta el primer piso con aire de reyes, rebuscan en los bolsillos y pagan, relamiéndose, el precio de su pecado preferido: cinco pesos, menos de un dólar y medio. Después atraviesan la cortina —roja— de terciopelo untuoso, y entran. Bienvenidos. Esto es Buenos Aires, Argentina, y estos los salones de baile —las milongas— donde los porteños bailan tango.
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Don en el desierto (o un peregrinaje a Marfa)
Texto Mario Ballesteros / Foto: Diego Berruecos
Aunque suene paradójico, lo difícil que es llegar a Marfa (a menos que sea en avión privado para volar directo desde Nueva York o Los Ángeles y aterrizar en el minúsculo aeropuerto municipal) es una ventaja competitiva. Por inaccesible, Marfa ha sobrevivido al cuchicheo de los artistas y las celebridades que invadieron el pueblo en los noventa y los dosmiles. También por eso ha aguantado la oleada de seudobohemios y el frenesí instagramero que se desató cuando en 2012 Beyoncé posteó en Tumblr una foto suya con la melena suelta, minifalda y un top amarillo eléctrico, brincando frente a la tienda de Prada Marfa, que no es tienda ni está en Marfa.
Lo que realmente marcó un antes y un después para Marfa fue la presencia y la visión de un individuo: Donald Judd, un gigante del arte americano en la segunda mitad del siglo XX. Judd nació el 3 de junio de 1928 en Excelsior Springs, Missouri.
Judd demostró esa misma capacidad de síntesis taquigráfica para deshuesar la realidad en cortes limpios y claros pero cargados de significados complejos, en toda su producción creativa. La encontramos en su escritura nítida e incisiva. Se siente en las líneas perfectas y las formas depuradas de sus muebles. Está presente en sus obras más reconocibles de los sesenta y setenta, “objetos específicos” en tres dimensiones, compuestos a partir de materiales y acabados industriales, salpicados con colores llamativos, que se encuentran en colecciones y museos alrededor del mundo. Pero sobre todo, se vive en su absorbente y mareador esplendor en las instalaciones permanentes de gran escala de su magnum opusmarfiana.
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