ZONAMACO llevaba más de diez años siendo prácticamente la feria de arte de la Ciudad de México, hasta que Material Art Fair llegó, en 2014, para abrirle espacio al arte emergente nacional e internacional, y apostarle a aquello que carecía de escaparates. En uno de los primeros encuentros que tuvieron los miembros del despacho de arquitectura APRDELESP con Brett Schultz –director creativo de Material Art Fair–, no tuvieron empacho en decirle que les parecía triste que la nueva feria se pareciera tanto a la anterior. A pesar de exhibir arte mucho más fresco y arriesgado, a los ojos de estos arquitectos, la feria lucía espacialmente casi igual que la competencia, en vez de ser un territorio fértil para la experimentación, e incluso para tomar riesgos.
“Lo que nos parece triste del diseño de las ferias de arte tradicionales es que parecen darle importancia a una sola cosa [la compraventa de arte]. Hay muchos otros temas que podrían ser igual de importantes, como la programación periférica, las charlas, las fiestas y la experiencia de toda esa gente que va, pero no puede comprar”, dice Rodrigo Escandón, de APRDELESP. Para ellos, una nueva feria en la ciudad tenía que asumir el reto de cuidar y potenciar la experiencia de visitarla desde todos los puntos de vista; no podían creer que en ninguna de sus dos primeras ediciones hubieran contratado a algún arquitecto para diseñar el espacio en ese sentido.
Su primera oportunidad para reestructurar Material Art Fair llegó en 2016 en Expo Reforma. El resultado fue una especie de laberinto un tanto apretado donde el espacio de una galería llevaba a otra, sin pasillos definidos ni una ruta clara. Era fácil perderse, pero el cambio volvió evidente la forma en que modificar el espacio alteraba también las dinámicas que se generaban entre los asistentes. Era muy fácil encontrarse más de una vez con las mismas personas, reconocerse y terminar charlando. Con el paso de la tarde y ya cerca de la noche, aquello era una fiesta por donde pasaron mariachis y varios voluntarios para el karaoke.
Para la edición de 2017, la sede cambió al Frontón México, en torno al Monumento a la Revolución. Un edificio art decó de techo altísimo, inaugurado en 1929. El reto más grande estaba en que para ese año, el número de galerías era mayor y había que encontrar la forma de acomodarlas. Durante más de cuatro meses trabajaron en planos que anunciaban que al tener una sola planta, de nuevo sería un evento apretado y que algunos expositores iban a tener que montarse en el lobby. El contrato para arrancar el montaje se firmó así, pero en una junta posterior, ya de regreso en las oficinas de APRDELESP, el equipo se preguntó si de verdad ya no había otro camino. “Habíamos ido decenas de veces y no se nos había ocurrido mirar para arriba, hasta que alguien dijo ‘bueno, podría tener más pisos’”, recuerda Escandón. El resto es historia.
De un momento a otro el equipo cambió todo el plan para construir al interior del edificio del Frontón, un edificio independiente hecho de andamios metálicos donde tres pisos permitirían colocar más cómodamente a todas las galerías, además de reservar un gran espacio para el programa de performance a cargo de Michelangelo Miccolis. Recorrer la estructura fue una experiencia en sí misma que potenció el impacto de la feria en varios sentidos.
“Fue un riesgo enorme y la producción fue una locura, pero se logró y valió la pena”, dice Guillermo González, otro arquitecto de APRDELESP. Para la edición de este año, que una vez más es en el Frontón México, la estructura en general es la misma, con algunas adecuaciones encaminadas a perfeccionarla. “Como arquitecto nunca tienes la oportunidad de que un edificio se construya y se demuela para volver a empezar. Ésa es una ventaja enorme para experimentar con los detalles”, afirma.
“Es pensar que hay una versión utópica de la idea que ya ejecutamos una vez y que cada año puede ser una maqueta del que sigue. Estamos aprovechando la oportunidad para hacer una teoría de la arquitectura que funciona en versiones, una arquitectura de la reconstrucción”, agrega Escandón.
Su investigación les ha revelado que hay un montón de ejemplos históricos similares, como una mezquita hecha de barro en Mali, que se deslava con el paso de los meses hasta que una vez al año se hace una fiesta donde la gente la reconstruye. En la tradición que rodea a los santuarios Shinto en Japón, cada 20 años se construye uno idéntico junto al existente; y en el cuerpo humano, aproximadamente cada siete años todas las células se renuevan para que la persona en cuestión siga su camino.
*Texto publicado originalmente en nuestra revista hermana Gatopardo.com
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