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Híbridos: la expo sobre cuerpos quiméricos y monstruosos en Bellas Artes

En la mitología griega la Esfinge era un demonio con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave. Presagiaba destrucción y mala suerte. Algunos autores como Hesíodo aseguraban que era hija de Quimera, un “animal fabuloso” que representaban como un monstruo de tres cabezas: una de león, otra de cabrío, que salía del lomo, y la última de dragón o serpiente, que nacía en la cola.

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Hombre murciélago.

Desde siempre, las distintas culturas, con sus cosmovisiones, idiosincrasias e imaginarios, han hecho surgir a inquietantes seres híbridos. Creaciones quiméricas imposibles que son una mezcla de rasgos humanos con otras especies que le rodean: animales, vegetales o más recientemente máquinas. El híbrido es lo completamente otro pero que nos recuerda a nosotros.

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Hasta su abuelo, Francisco Goya.

A partir del coloquio homónimo que se llevó a cabo en 2016, el Palacio de Bellas Artes trae Híbridos, el cuerpo como imaginario, que es un cruce entre arte y antropología: las diferentes representaciones de lo monstruoso, parte intrínseca del humano, que si bien habitan en el imaginario, encuentran la realidad en la representación; en el arte.

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Marc Chagall.

Esfinge, centauro, sirenas o tritones. Pero también la coatlicue, tlaloc o el dios muerciélago maya. O los ángeles y el mayor de los monstruos occidentales, el diablo, invaden las salas de este museo que son un recorrido por estos híbridos que somos nosotros mismos.

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Entrada de Don Jesús Luján, Julio Ruelas.

Híbridos, el cuerpo como imaginario comienza por figuras prehistóricas y mitológicas y continúa por las representaciones del mal en Occidente, para finalmente llegar al arte híbrido, cuyo principio no es muy distinto: se refiere a aquel que confronta los límites de los géneros artísticos y categorías de su práctica. Una hibridación de imágenes, su “unión inesperada” que es un acto de la imaginación, y demuestran que en el arte –como en todo– no existe la pureza, sino justamente, puras quimeras.

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Adoración del becerro, Francis Picabia.

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Cremaster, Matthew Barney.

Ya lo dijo Salustio –y nos lo recuerda Calasso como epígrafe de Las bodas de Cadmo y Harmonia, que vuelve a la mitología griega de la manera más sencilla y hermosa: los mitos son “estas cosas que jamás sucedieron, pero existen siempre”.

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