Cuenta la leyenda que Xóchitl era una hermosa joven tolteca que había inventado una bebida con la miel del maguey. Papantzin, familiar del octavo rey de los toltecas, emocionado por el hallazgo envió a su preciosa hija Xóchitl con una muestra del producto del maguey para que lo conociera el monarca Tepanazaltzin.
El monarca quedó tan impactado con el regalo que le pidió a Xóchitl que se quedara en el palacio y le enseñara a las demás mujeres a preparar tan interesante bebida. A Tepanazaltzin le agradó tanto tener a Xóchitl tan cerca que le pidió que fuera su esposa para que nunca dejara de hacer la bebida que hoy conocemos como pulque.
En la colonia Santa María la Ribera, en un espacio chiquito con puertas de vaivén (como las de una cantina) la leyenda se materializó en una pulquería. Ahí, en la calle de Eligio Ancona casi esquina con Torres Bodet, en una fachada azul, se encuentra La Xóchitl: una de las primeras pulquerías de la ciudad y la última clásica de la colonia.
La Xóchitl abrió en 1907 y consiguió la licencia número 38 que le otorgaba el gobierno a las pulquerías para vender alcohol. Desde entonces el lugar se convirtió en punto de encuentros para la gente de la colonia y para la familia Vázquez, fundadores de esa pulquería y de otras pulquerías en la ciudad como Mi reyna, El amor de mis amores, La fortuna, La brava, Las Carambolas, entre otras más.
La herencia pulquera la inició Esteban Vázquez Barrer y desde entonces la familia Vázquez ha estado en el negocio del “néctar de los dioses”, como algunos suelen llamar al pulque. Las pulquerías fueron pasando de generación en generación pero de las más de quince que tenía la familia alrededor de la ciudad, las únicas que sobrevivieron el paso del tiempo fueron la Xóchitl en Santa María la Ribera y La reforma de las carambolas en Azcapotzalco.
Jaime Vázquez dirige La Xóchitl desde hace más de diez años y, mientras enlista todas las pulquerías (que pudo ver con vida) hace un mapa mental con calle y colonia por donde ha pasado su familia. “Esta pulquería es la única que queda en la colonia. Pueden llegar varías y decir que son pulquerías pero nadie lo hace realmente por el amor al pulque, nomás quieren vender y vender más”, dice Jaime mientras sirve un litro de nuez de los tres sabores (nuez, cacahuate y betabel) que ofrece ese día.
Los sabores que ofrece La Xóchitl son betabel, nuez, cacahuate, piñón, mamey, apio, jitomate, beso de novia (fresas con crema) y el clásico blanco. Cada día tienen tres sabores, los viernes hay 4 diferentes y el sábado hay cinco para elegir. Si uno tiene suerte puede encontrar un molcajete lleno de salsa de la casa para acompañar la botana que ofrecen como el chicharrón, tacos de hígados y riñones encebollados, mole de olla, huevo con jamón o milanesa.
El lugar muestra sus años, no ha sido remodelada ni hay intención de hacerlo. Aún conservan una rocola que era el centro de atención en las noches de pulque años atrás. La televisión con mala calidad en la imagen y los tiliches botados en medio del lugar ponen en manifiesto la antigüedad de esta pulquería.
La Xóchitl es una pequeña pulquería con historia, con clientes frecuentes y vecinos de la colonia y aunque Jaime Vázquez no sepa exactamente cuándo abrió (cree que fue en 1907) tienen recuerdos de su abuelo contándoles historias de los revolucionarios tomando pulque en las banquetas, dentro y fuera del local. La Xóchitl es uno de esos lugares, como las loncherías, en donde el tiempo no pasa ni pretende hacerlo. Son pequeñas cápsulas del tiempo que están condenadas a quedarse en otra época con la condición de que lo que ofrezcan sea de calidad. Así es esta pulquería, un establecimiento con unos de los mejores curados de la ciudad.
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