El espeleólogo y geólogo italiano Francesco Sauro, laureado con un Premio Rolex a la Iniciativa en 2014, tiene la certeza de que en las profundidades de las cavernas se encuentran ocultos algunos de los secretos más asombrosos de la Tierra. Con esta convicción, y armado de un espíritu aventurero inagotable, ha liderado numerosas expediciones para descubrir, más allá de lo imaginable, tesoros minerales hechos de sílice y cuarcita, colonias bacterianas milenarias, entre muchos otros hallazgos de enorme importancia para nuestra comprensión del mundo. “Las cuevas —dice— son como un planeta pequeño”, y por ello, está seguro, continuará siempre su empeño de explorarlas.
De nuestro planeta conocemos, sobre todo, sus superficies, que podemos recorrer punto a punto por vía satelital. Los seres humanos somos, después de todo, una especie terrestre, y nuestras indagaciones tienen como punto de partida nuestra perspectiva. Sin embargo, de lo que habita en el subsuelo, oculto en la cerrada oscuridad de las cavernas, conocemos apenas un fragmento, menos, quizá, de 10 %. Como si fueran un “archivo del tiempo”, en palabras de Sauro, las cavernas preservan intacto el historial de la Tierra; son museos cuya narrativa abarca millones de años y guarda las claves de los cambios climáticos, la formación de los minerales o la evolución de la vida.
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Descender a rapel desde un helicóptero a algunas de las cuevas más antiguas del planeta es extremadamente desafiante y requiere equipo muy especializado. Sin embargo, Sauro siente por estas formaciones mucha más curiosidad que miedo. Así ha sido desde que, de pequeño, hacía exploraciones de espeleología en la Lessinia, Italia, a lado de su padre. “Me di cuenta —dice en recuerdo de aquellas primeras incursiones— de que ahí abajo existía todo un mundo”, y desde entonces no dejó de explorar.
Tras estudiar distintas cavernas en su natal Italia, Sauro dirigió la mirada a Colombia, Brasil y Venezuela, específicamente a los tepuyes —montañas escarpadas de cimas planas—. Desde 2009, estuvo al frente de una docena de expediciones a la región, en cuyas huecas profundidades encontró formaciones de dura cuarcita y las más singulares colonias de bacterias que movilizan la sílice de las rocas. Se trata de las formas de vida más antiguas del planeta, que han podido evolucionar en aislamiento y sumidas en la oscuridad por millones de años, por lo que descubrirlas inalteradas es una enorme oportunidad para diferentes ramas de la ciencia.
De hecho, tras hacerse acreedor a un Premio Rolex a la Iniciativa, Sauro pudo entrar en contacto con otros laureados, y ese vínculo ha enriquecido las investigaciones de todos los involucrados: con el microbiólogo Hosam Zowawi hizo una expedición en busca de especies microbianas inusuales en la lucha contra la resistencia a los antibióticos; con el microbiólogo glaciar Joseph Cook generó mapas 3D de glaciares en Groenlandia; con el científico bioacústico Michel André desarrolla la espeleoacústica. Y este espíritu colaborativo se extiende hasta la exploración espacial, pues Sauro trabaja con la Agencia Espacial Europea en el entrenamiento de las nuevas generaciones de astronautas, que se suman a sus exploraciones con el fin de enfrentarse a entornos inesperados.
Así, aunque el trabajo de investigación de Sauro tiene el potencial de llegar a la Luna o a las cavernas de Marte, su curiosidad por indagar el continente oculto en el subsuelo es lo que mantiene intacta su curiosidad y vivo su ímpetu por seguir explorando.
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