Son las 8:45 en el Foro Lindbergh del Parque México.
Hace tres meses que no voy físicamente al gimnasio (a pesar de que todos los días tomo clases en vivo por Zoom). Y aunque no soy de las que socializa mucho, llevo tres años yendo religiosamente a F45 Condesa, y siento que la gente que veo ahí todos los días, en la clase de ocho, son lo más parecido que tengo a compañeros de escuela.
Por eso, la semana pasada, después de que el semáforo cambió a naranja, y cuando anunciaron que habría clases al aire libre todas las mañanas en el Parque, corrí a anotarme.
Llegué cargando mi tapete, mi mochila, mi agua y una toalla, porque sabía lo que me esperaba.
F45 es la versión australiana del entrenamiento funcional —ejercicios funcionales en intervalos de alta intensidad— o dicho de otra manera, intensidad máxima por no más de un minuto y luego un par de segundos para recuperar el aliento. Yo llegué a F45 porque un amigo me trajo y me quedé. Fue justo antes del temblor, por eso me acuerdo muy bien. Era agosto de 2017 y desde el principio me gustó porque es super estructurado, todo está definido y no hay mucho espacio para equivocarse o perderse (me gusta el orden, incluso en el ejercicio).
De entre las cosas que más disfruto es que en el gimnasio no hay espejos, así que la mayoría viene a hacer ejercicio y no a verse en el reflejo. Y ahora en el Parque la ecuación sigue funcionando, aunque ahora hay público.
Nos instalamos cerca de las escaleras, al lado izquierdo del Foro Lindbergh. De los diez espacios “asignados” que hay para cada clase llegamos solo seis (no todo el mundo se anima todavía a salir de casa y entrenar en Zoom no está nada mal, porque puedes rodar de la cama).
Cada uno pone su tapete a 1.5 metros de distancia —Susana estirando sus brazos virtualmente entre nosotros—. Abraham, el entrenador, nos recibe con reggaeton y gritos, que nos llegan con todo y careta igual de claros. Volver a entrenar con gente cambia la dinámica. No hay espacio para hacerse wey, y tener a mis compañeros de uno y otro lado también es una manera de presionarme con cada ejercicio.
Alrededor del foro, en los portales, un par de personas que duermen ahí parecen muy entretenidas de observarnos sufrir a pleno rayo del sol.
Hay varias personas paseando a sus perros. Hay un par de niños jugando, a pesar de la hora. En una de las esquinas del foro hay un grupo que hace box y más allá una pareja practicando tai chi.
Durante los 45 minutos que dura la clase no pienso en la contingencia sino en cómo sobrevivir con dignidad con tanta gente a mi alrededor.
Cuando regreso a mi casa me recibe el olor de las berenjenas con ajo que cociné ayer. Después de tres meses haciendo ejercicio/cocinando/durmiendo/descansando en los mismo 50 metros, uno se acostumbra a convivir con los aromas y solo cuando salgo me doy cuenta de eso.
Seguiré yendo al parque algunos días pero, en mi nueva normalidad, creo que también ya le encontré el gusto a deslizarme de la cama al tapete. Eso sí, de manera muy ordenada. Si se animan, pueden venir a entrenar al Parque y olvidarse de la pandemia a cambio de una tortura física.
F45 Condesa y Polanco
Dónde: Parque México, Foro Lindbergh
Cuándo: lunes a viernes, 7:00, 8:00 y 9:00 am