Hay más obra de Le Corbusier en Chandigarh que en ningún otro lugar. Chandigarh es una ciudad nueva; su acontecimiento histórico más viejo es el de su creación: el 1 de noviembre de 1966. Quince años antes, a petición de Nehru, el entonces primer ministro de la India, Le Corbusier y Pierre Jeanneret ya comenzaban a esbozarla en sus cabezas como una ciudad utópica; moderna, pragmática, bellísima. La trazaron con calles sin nombre, construyeron los edificios públicos y los amueblaron con el utilitarismo más sensible: sillas, bancas, escritorios, mesas de trabajo, mesas de junta, de café, lámparas, libreros chicos y grandes –pegados al suelo o del piso al techo– excepcionales quedaron desparramados por toda la ciudad, y muchos en el olvido. En Galería Mascota ahora hay algunas de estas piezas, desempolvadas ya, generosas.
Le Corbusier y Pierre Jeanneret, Chandigarh es una muestra pequeña como la galería misma. Lo primero que se ve en la entrada es un escritorio verde oscuro y un par de sillas pesadas. Pegadas a la pared hay seis sillas más y al fondo un comedor, un librero chaparrito y un pupitre con huellas de uso de niños traviesos –¿cuánta gente no se habrá sentado en esas sillas?
Los modernistas tenían una obsesión con las sillas; Le Corbusier y Jeanneret la tenían, y ese fantasma permanece. Sus sillas son íconos que están por todas partes – al menos sus réplicas–; ¿cuántas no hay en mueblerías, restaurantes, departamentos y oficinas de la Ciudad de México? En Mascota están unas de las más especiales que haya hecho este par de arquitectos, y podemos sentarnos en ellas, dejarnos a sus formas y alturas que lo acomodan a uno y no al revés.
Para producir los muebles que llenarían los edificios públicos, Jeanneret usó materiales disponibles en la India; especies de madera local, resistente al clima seco y los monzones –esos aguaceros que asedian la India en verano o en invierno. Los muebles que vemos son de maderas teca o sissoo, y los revestimentos y cubiertas para los asientos, bancos y sofás son de caña, tela de algodón y cuero.
Los arquitectos trabajaban en su taller con un buen número de asistentes indios. Pero la cantidad de mobiliario que había que producir era muchísimo. Entonces contrataron otros talleres de carpintería locales, que trabajaron sobre dibujos de diseño bien específicos, pero que ligeramente dejan ver sus diferencias –y las hacen más especiales–.
Todos los muebles tienen tallado un número de serie. En ellos está contenida la historia de una época muy especial de la arquitectura. Le Corbusier y Jeanneret (primos entre ellos) buscaban la belleza en lo útil, al servicio de muchos. Cada una de las piezas tenían un uso específico y simbólico; por ejemplo, las sillas de los jueces de la Suprema Corte eran de respaldos altos, jerárquicas, y los asientos y sofás para los visitantes, cómodos y sencillos.
Para hacer más rica la visita, al centro del escritorio verde tienen un libro hermoso que trata sobre el proyecto Chandirgah, que editó la misma galería que “rescató” estos muebles y ahora colabora con Mascota. Uno puede hojear esta suerte de catálogo sentado en estas sillas, que emanan toda la gravedad y toda la gracia del modernismo.
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