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16 de junio 2019
Por: Lucia OMR

Una oda al eje vial más peatonal: Avenida Monterrey (<3)

El eje de este texto es un eje vial: la Avenida Monterrey de la colonia Roma.

Hay que ir más despacio, casi torpemente.
Obligarse a escribir sobre lo que no tiene interés,
lo que es más evidente, lo más común, lo más apagado.

Georges Perec

 

La palabra eje es un breve palíndromo con varios significados. Casi todos se refieren a una recta que divide o atraviesa. Un eje también es una vía principal que cruza una zona y puede ser, a la vez, el centro sobre el que gira una cosa. El eje de este texto es un eje vial: la avenida Monterrey de la colonia Roma.

Monterrey une, en un tramo que casi no se interrumpe, al Viaducto con Insurgentes. Por lo mismo puede ser hostil con el automovilista: entre semana a todas horas hay tráfico. Al peatón, en cambio, lo consiente: las aceras son anchas y la luz llega por todos lados. Si uno quiere, puede ir de la Narvarte o al Ángel de la Independencia caminando en línea recta por aquí.

Más o menos la mitad de su extensión está en la Roma Sur, aunque no son claras las fronteras que dividen al vecindario. Parece que el norte empieza en Chiapas pero un límite más claro puede ser el Mercado Medellín, sobre Campeche. Monterrey coincide con su traspatio. De ahí surge el barullo de los marchantes y comensales, apenas un eco que se pierde con el rugido automotriz de la calzada.

Cantina Villa de Sarria

Justo en esa esquina, una pequeña cantina es la señal de que la colonia toma otro tono y otro acento, acaso más frenético: algunos hombres descargan mercancía, la gente entra y sale del mercado, se ven más bicicletas y repartidores. Si uno sigue derecho puede ver negocios viejitos con rótulos que no han cambiado con los años. Conviven, en unas cuantas cuadras, una papelería, una carpintería, una cerrajería, una imprenta o una tortillería.

 

A veces aparecen muebles tirados en las esquinas.

Al fondo se vislumbra el tétrico Condominio Insurgentes con sus muros de hollín y su fachada rojinegra. Entre más converge Monterrey con Álvaro Obregón hay más inmuebles que parecen fragmentos de una hacienda porfirista. Hoy son oficinas o restaurantes. Allí en el cruce de ambas calles, en el número 111, una vieja casa hospeda una librería anticuaria que invita a atravesarla como si fuera un espejo.

La calle Monterrey parece resistirse a la modernidad. No admite por completo nuevas arquitecturas. Los edificios más recientes parecen incómodos, postrados entre espacios vacíos que dejó algún temblor y casonas señoriales tapizadas con pintas de aerosol y capas de papel publicitario. Hay que recorrerla a pie, descubrir un ritmo, obligarse a ver con más sencillez.

 

 

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