En el parque Revolución hay más árboles que en toda la Avenida Camarones. Su nombre de efeméride no promete el micro bosque que en realidad resguarda; para conocerlo hay que caminar al centro de la Nueva Santa María, todo derecho, hasta el gran óvalo en el mapa con el color de los sitios en donde hay más árbol que cemento: verde.
No es común un parque ovalado y el Revolución tiene precisamente esa forma. La figura es perfecta para dar vueltas continuas –sin esquinas y sin interrupciones– entre árboles frondosos, sombras espesas y troncos que crecieron chuecos, buscando acercarse más al sol. En los más altos viven los pájaros, que uno no deja de escuchar en sus pláticas cantadas durante todo el recorrido. No sabemos si los vecinos o las autoridades clavaron con tornillos los pequeños botes con alimento de aves a los troncos de los árboles, todo para asegurarse de que los cantos regresen siempre.
Aunque la vegetación es dispar –lo mismo hay olmos que agaves, cactus que palmeras– el horizonte es siempre verde, para cualquiera de los lados. Al centro está un kiosco igual al del Parque de la China otro lugar de Azcapotzalco con vegetación espesa (casi selvática) y extraña en ese norte de la ciudad de tanto polvo y avenidas.
Dos de esas líneas largas de concreto cercan el perímetro de la Nueva Santa María: la Avenida Camarones y la Cuitláhuac. Al centro está el parque Revolución, escondido para los que no se aventuran al norte de la ciudad por la falsa promesa de paisajes áridos, con puentes peatonales y tráfico. Los vecinos de la zona, en cambio, conocen bien el parque y lo visitan especialmente los fines de semana, cuando está lleno de caminantes, puestos de comida y música. Entre semana, por el contrario, el recorrido es tranquilo, casi solitario.
De vez en cuando es bueno aventurarse a otros lugares de esta ciudad inmensa, y la Nueva Santa María es uno esos barrios discretos con paraísos pequeños que sólo aparecen para quien camina sus calles. El parque Revolución es uno de ellos.
Ojalá tuviera otro nombre. Uno que le hiciera justicia al fresco que invade después de subir el escalón que lo separa de la calle. Ahí adentro, entre hojas gordas, ramas largas y raíces chuecas está un pequeño bosque desde el que la vista de la calle prácticamente desaparece.
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