mamás en pandemia
7 de mayo 2020
Por: Lucia OMR

Mamás en pandemia: crónica de una mamá durante el encierro

En este texto una mamá de hijos en edad escolar nos cuenta, con fotos y anécdotas, lo que es vivir esta cuarentena con los niños.

A menudo me pregunto qué será lo que quede en nuestra memoria cuando todo esto termine. Quiero pensar que no solo recordaremos la angustia, el profundo sentimiento de vulnerabilidad e incertidumbre y esa constante preocupación por el bienestar de los nuestros.

Hace poco me mandaron un paquete de preguntas imprimibles: “Mi Cápsula del Tiempo del COVID”. Eran 14 hojas que tenían que llenar mis hijos con sus canciones favoritas, dibujos de cómo se sentían, sus mejores amigos, las actividades que hacían durante el encierro. Básicamente, el kit para sacarles a esa Ana Frank que se escondía en su interior. Cuando le entregué el paquete a mi hijo puso los ojos en blanco y me preguntó si tenía que llenar todo eso. Le dije que estaba viviendo un momento histórico y que en unos años será muy interesante leer sus respuestas. Cuando tomó la pluma se limitó a contestar una mezcla de: bien, mal, nada, no sé. “Dejé muchas preguntas sin contestar, son un robo”, me dijo cuando terminó. ¿Un robo? ¿De qué? Me imagino que de tiempo. Aunque eso algunos tienen ahora de sobra.

Nadie sabe realmente cómo abordar una pandemia. Cómo transitar estos días que se fusionan unos con otros y se vuelven un pegoste de tiempos detenidos. Hay quienes se vuelven ultraproductivos, hay quienes se emborrachan desde las 11am, hay quienes juzgan la cuarentena de los vecinos espiándolos con binoculares, hay quienes se dedican a mandar noticias las 24 horas del día a todos sus contactos de WhatsApp.

Las mamás que tenemos hijos en edad escolar nos hemos vuelto malabaristas de ansiedades propias y ajenas. En el aire están las tareas de la escuela, la declaración anual de impuestos, las juntas de trabajo por Zoom, las clases por Hangouts, el cliente que sigue pidiendo cosas a las 12 de la noche, la impresora que no se conecta a la computadora a dos minutos de tener que mostrarle el trabajo a la maestra, la hora de comer y los trastes que aparecen como por generación espontánea. O el abuelo que cuenta que salió a pagar su agua porque a él el COVID le hace lo que el viento a Juárez.

El otro día tuve que buscar un tutorial en YouTube para recordar cómo se sumaban las fracciones con enteros. Una no sabe lo idiota que se ha vuelto hasta que tiene que explicarle cosas sencillas a un niño de cuarto de primaria. Si algo me ha revelado la pandemia es que no nací para maestra. Aplausos de pie a las personas que tienen que enseñarle con paciencia a nuestros hijos, que se adaptan a nuevas plataformas, que pueden mantener la atención de 30 niños de 9 años como si los tuvieran enfrente físicamente. Mi hermana me mandó un meme cuando le conté de las pequeñas crisis que se encendían en mi casa cada que abríamos un libro de la SEP: ahora los papás se darán cuenta que los maestros nunca fueron el problema.

En Instagram, sin embargo, las cosas son otro cuento. Las mamás suben fotos de sus hijos felices haciendo actividades educativas; niños comiendo pizzas hechas en casa, metidos en albercas inflables, tocando el piano, haciendo manualidades que ya quisiera haber ideado la madre del mismísimo Calder. Una mamá escribió que la pandemia era lo mejor que le había pasado EN LA VIDA porque jamás había disfrutado tanto a sus hijos. #transformadosparasiempre decía su hashtag. Cuando le conté esto a una amiga se rio en voz alta. Yo tengo mi propio algoritmo, me dijo, entre más felices están en redes, peor la están pasando. Si midiera mi felicidad basada en ese algoritmo tampoco es como que saldría ganando.

El miedo se vive muchas veces en privado, justo después de tomar la foto, cuando los niños regresan a su videojuego sin preguntar cuándo volverán a ver a sus amigos, cansados de escuchar que no sabemos.

Cápsula del tiempo COVID de una mamá en cuarentena

Si tuviera que hacer mi propia cápsula del tiempo del COVID incluiría fotos de momentos llenos de alegría con mi familia, de esos que hasta culpa me dan a veces. Felicidad en plena pandemia, qué atrevimiento, qué privilegio, qué pena con los vecinos.

Ahí estarían las “camas familiares” de los domingos donde todos nos subimos y nos abrazamos hasta que los niños empiezan a pelear porque una le puso los pies en la cara al otro. Estarían también las fotos “artísticas” que nos tomamos mi hija y yo porque ambas amamos la fotografía y siento que tengo que enseñarle todo lo que sé antes de morir (que puede ser -ahora lo sabemos bien- en cualquier momento). O fotos de esas en las que estamos ahí sentados, simplemente, sin mucho que hacer, juntos. Pero también guardaría esas otras fotos, las que revelan momentos íntimos en los que no sonreímos. Incluiría las veces en las que invento que hay que sacar al perro a hacer pipí y me escapo sola para poder estar unos minutos en silencio, las discretas hecatombes con los libros de la SEP, o mi cara en las mañanas después de haber pasado otra noche de insomnio.

¿Cómo estoy?¿Qué nos espera del otro lado de la pandemia? ¿Saldremos bien librados? ¿Esta migraña es falta de hidratación o COVID? Tal vez después, con más distancia, pueda encontrarle respuesta a todas esas preguntas que no me dejan dormir por las noches. Mientras tanto me limitaré a responder tal como lo hizo mi hijo: bien, mal, nada, no sé. Y dejar muchas, casi todas las demás preguntas sin contestar. Son un robo.

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