19 de abril 2019
Por: Carolina Peralta

Un sendero casi oculto al lado de la pirámide de Cuicuilco, perfecto para pasear

En el sitio arqueológico de Cuicuilco está una de nuestras caminatas favoritas: un sendero silencioso entre piedra volcánica y vegetación semidesértica.

De Cuicuilco lo que más nos gusta es una caminata por un sendero calladito, donde cada paso son cien crujidos de hojarasca y la confusión de estar lejos de la ciudad. En este sitio arqueológico, que está sobre Insurgentes, paradójicamente encontramos uno de los paseos más perfectos para despejar la mente en la ciudad. Ideal para quienes se quedan aquí de vacaciones.

Desde las pirámides circulares de Cuicuilco se ve la ciudad amalgamada. Todo cabe en el cuadro visto desde allá arriba y la ciudad parece, confusamente, cerquita y abarcable. La experiencia es el encuentro de una ciudad antigua y las capas de una ciudad nueva; se distinguen bien Villa Olímpica, Six Flags, Plaza Cuicuilco, el segundo piso del Periférico, Ciudad Universitaria, azoteas en plural, pedazos de bosque y paisajes volcánicos a donde casi nadie va. A nosotros nos gusta ir.

El sitio arqueológico colinda con la Reserva Ecológica del Pedregal, el último ecosistema conservado entre la mancha urbana. Por ello, su flora y fauna son también las de un desierto xerófilo, el que se formó con la erupción del Xitle hace 1670 años. De hecho fue este volcán (y luego la historia misma) lo que destruyó este centro ceremonial del preclásico, uno de los más antiguos y especial por su forma redonda. Este fue, a su vez, el comienzo de la desaparición de los cuicuilcas. El paisaje silvestre de sus senderos se parece a los jardines del rumbo, hermosos, como el del Espacio Ecológico del Anahuacalli, otro favorito nuestro.

En medio de piedras volcánicas, en el sendero que se forma al costado de la pirámide hay un silencio extraordinario. Uno pasa por matorrales y entre muchos cactus, que por la primavera ahora han floreado. Hay palo loco y suculentas pálidas, como la oreja de burro, y magueyes con tallos tan largos y tensos que pareciera que están a punto de desfallecer. Por el otro lado, si uno ve el suelo, encuentra entre el zacate y las rocas unas florecitas microscópicas. La luz –como siempre en donde hay tintes de desierto– define el paisaje.

Lo que más nos gusta de esta caminata es que, además de un lugar es un momento. Un rato que uno se puede dar para senderear en la ciudad. 

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